Tuesday, March 16, 2010

LOS PARACACHITOS DE DAKTARI


El 5 de marzo de 2004, a golpe de 2 de la tarde, Patricia Poleo me llamó a mi celular para pedirme que me fuera a la estación de Radio Venezuela, la cual quedaba comenzando la Ave. Rómulo Gallegos, pegada a Los Palos Grandes, en Caracas. Me anunció que la Coordinadora Democrática estaba pactando con Chávez para ayudar a desmontar “La Guarimba”, algo que parecía totalmente imposible.

En la mañana de ese mismo día, le había dado una entrevista al periodista de El Universal, Oscar Medina, aclarándole que así no era “La Guarimba”. Ese diario (uno de los dos más importantes de Venezuela y de distribución nacional), había reportado la matanza del día anterior, producida – bajo la criminal planificación del régimen – en varios sectores de Caracas y Valencia, simultáneamente. Le aclaré a Medina que jamás había llamado a la violencia y, mucho menos, a la confrontación. Lamentaba la muerte de tanta gente, una desgracia que sin duda enlutaba a la gran familia venezolana. Esa entrevista salió publicada el 7 de marzo, precisamente bajo el título de “Así No Era La Guarimba”, cuando ya todo había terminado. Puede ser leída hoy en la siguiente dirección de La Internet:

http://caracas.eluniversal.com/2004/03/07/apo_art_07152B.shtml

Caracas me recordaba esas películas futuristas, donde desaparece la raza humana luego de una guerra nuclear, en las que presentan ciudades como Nueva York totalmente deshabitadas, llenas de humo y escombros. Así amaneció Caracas aquel viernes 5 de marzo, luego de 7 días continuos de guarimba pura. Quien diga lo contrario, o no estaba ahí, o no se asomó por su ventana… o miente. Así de sencillo.

Le respondí a Patricia que tenía un grave problema: no podría llegar a la estación de radio, porque no había paso desde la urbanización en la que me encontraba. Ella resolvió ese problema enviándome a su hermano en una motocicleta, quien llegó a los pocos minutos, acompañado de un escolta, motorizado también.

La primera barricada la pudimos pasar, a duras penas, mostrando las credenciales de periodista que, colgado al cuello, llevaba su hermano. Físicamente fue un tormento atravesarla. Al llegar a la segunda barricada, frente a la urbanización Santa Fe Sur, en la vía marginal, paralela a la Autopista de Prados del Este, no nos querían dejar pasar, con credenciales y todo. Apareció un vecino del sector, uno de los jefes de la barricada y nos dijo: “esto es como dice Robert Alonso, <¡por aquí no pasa nada ni nadie…!>” En ese momento me identifique: “¡yo soy Robert Alonso!”, le dije al guarimbero mayor que nos había prohibido el paso. Como no me creyó, tuve que mostrarle mi cédula de identidad. En eso el señor se volteó hacia los demás vecinos, me señaló y grito: “¡aquí está Robert Alonso!”, entonces la multitud comenzó a corear: “¡guarimba, guarimba, guarimba…!” En verdad fue un momento bien emocionante para mí.

Nos dieron luz verde para atravesar la barricada, pero tuvimos que bajarnos de las motocicletas para poderlas pasar acostadas, ya que habían colocado, entre muchísimos cachivaches, una guaya de acero entre dos postes de luz, opuestos uno del otro, por medio de los cuales pasaba la calle.

La ciudad estaba tan desolada, que recorrimos toda la autopista de Prados del Este y luego la principal autopista de Caracas, la Francisco Fajardo, en el canal contrario. Lo único que veíamos era humo por doquier, producido por la quema de neumáticos que los guarimberos colocaban en las calles.

Cuando pasamos por delante del Centro Comercial Ciudad Tamanaco, en la urbanización Chuao, no había un alma. En la base aérea militar, de La Carlota no se veía un soldado. Subimos por el distribuidor de Altamira, atravesamos Los Palos Grandes y llegamos al comienzo de la Ave. Rómulo Gallegos, donde se encontraba Radio Venezuela, en el antiguo edificio de Viasa.

Una vez que llegamos a la urbanización de Altamira Sur, dejando atrás la Autopista Francisco Fajardo, tuvimos que sortear barricadas que estaban abandonadas, pero con neumáticos todavía en llamas. Sentí un inmenso temor, porque – aunque no se lo dije al hermano de Patricia – sabía que desde los apartamentos de los edificios de la Avenida Luis Roche, entre el distribuidor de Altamira y la Avenida Francisco de Miranda, habían estado disparando el día anterior y por ahí no se animaban a pasar los policías del régimen, quienes transitaban en motocicletas, como nosotros.

Un día antes, el jueves 4 de marzo, varios muchachos murieron en esos mismos edificios, masacrados por los soldados del régimen en confrontación inútil. El sector estaba caliente y los vecinos debían haber estado sedientos de venganza, prestos a acribillar a todo aquel ajeno al sector.

El ruido que producían los motores de nuestras motocicletas llamaba la atención de muchos vecinos de aquellos edificios, algunos de los cuales salieron a sus balcones para observar quiénes éramos. Lo único que se me ocurrió fue saludarlos amistosamente desde la moto en que iba de parrillero, detrás del hermano de Patricia. Hay que recordar que NO HABÍA UNA SOLA ALMA EN LAS CALLES. Afortunadamente pudimos atravesar sin mayores tormentos, más allá de la necesidad de ir esquivando “peroles” (tarecos, chochadas) que los vecinos habían echado en la vía, entre los cuales observé que había una bañadera vieja llena de seborucos inmensos, como para que nadie pudiera moverla.

Una vez que doblamos hacia Los Palos Grandes, ya en Altamira Norte, pude respirar con confianza, porque sabía que estaba entrando en una zona pacífica que no se había alborotado el día anterior, donde me tocó ser testigo de excepción, como mencioné en las páginas de arriba.

Cuando llegamos a la estación de radio, me encontré a Patricia formando un verdadero escándalo por el micrófono, al aire. Le estaba reclamando a César Pérez Vivas (hoy premiado por el régimen con la gobernación del estado Táchira, desde las filas de la “oposición”), a quien tenía en la línea telefónica… conversación que estaba saliendo al aire.

Patricia le reclamaba a Pérez Vivas el arreglo que ya ella sabía se había llevado a cabo entre Hugo Chávez y algunos altos dirigentes de la Coordinadora Democrática, entre los cuales se encontraban Pérez Vivas, Pompeyo Márquez, Andrés Velásquez y muchísimos otros.

Pérez Vivas le argumentaba que había que parar la matanza que se estaba produciendo en muchas ciudades del país. Patricia, de una manera impresionantemente valiente, le decía que no podíamos irnos a nuestras casas ahora, cuando el régimen estaba “pidiendo cacao” (de rodillas), porque, entre otras cosas: “verdugo no pedía clemencia…” Aquella conversación estaba siendo transmitida a varias ciudades del país, ya que Radio Venezuela tenía un impresionante alcance de cobertura a nivel nacional.

Cuando entré en el estudio de transmisión, me encontré a Timoteo Zambrano, “coordinador democrático” que para entonces – si mal no recuerdo – seguía en las filas de Acción Democrática. Nos alegaba lo que parecía ser cierto, que a él no le habían avisado de negociación alguna entre La Coordinadora Democrática y Hugo Chávez. Creo que nos estaba diciendo la verdad, porque entre bloque y bloque, llamaba por teléfono y le formaba un escándalo a su interlocutor, reclamándole que nadie le había participado de dichas conversaciones, al más alto nivel, entre los dirigentes de la “oposición” y el régimen.

Patricia llevaba ya tiempo transmitiendo en vivo, para cuando me sumé a aquel programa especial que duraría varias horas. El prestigioso periodista Manuel Felipe Sierra, quien demostró un valor a toda prueba, Jefe de Prensa de la estación, entraba y salía del estudio con nuevos informes que Patricia devoraba y lanzaba al piso, mientras seguía en su frenético llamado al pueblo a no dejar las calles. Cuando parecía que le iba a dar un soponcio, me lanzaba el micrófono y entonces continuaba yo con el mismo llamado, a no permitir que nos mataran “La Guarimba”.

Al cabo de una hora de haber llegado, recibí una primera llamada urgente de un vecino en el sector de La Mata, en la zona rural de El Hatillo, donde quedaba mi domicilio, en la Finca Daktari, para informarme que había un contingente de soldados buscándome. Luego comencé a recibir más llamadas de vecinos y del caporal de la finca (masacrado un par de meses después junto a su familia), donde me alertaban para que no me presentara por la zona.

Llamé, entonces, a un contacto que teníamos en la Disip (la policía política) y éste me preguntó si era yo el que estaba saliendo al aire por Radio Venezuela. Al responderle afirmativamente, me dijo: “¡pues arráncate ya mismo, porque fueron para allá a buscarte!”

Bajé las escaleras a toda prisa, pensando que los efectivos del régimen podrían subir por el ascensor. El corazón se me quería salir del pecho. Al llegar al estacionamiento, no sabía si salir a él o quedarme escondido en las escaleras hasta saber qué estaba sucediendo. Luego de varios segundos de mucha indecisión, decidí aventurarme al estacionamiento y divisé, a lo lejos, al hermano de Patricia, a quien llamé de urgencia y le pedí que me sacara de la zona de inmediato.

Por cierto, me voy a permitir aquí hacer un paréntesis bien importante y pertinente.

Hace poco, el martes 24 de febrero de 2009, Patricia Poleo convocó en su casa de Miami Beach a algunas figuras del “exilio” en Miami para conversar con Juan José Molina, diputado “disidente” de la Asamblea Nacional de la tolda “disidente” del partido Podemos, que lidera, entre otros, Ismael García. Un movimientucho político cuya ÚNICA función era la de “legitimar” la Asamblea Nacional, “representando” a la oposición DE Chávez.

El diputado Molina, quien se dio su escapadita para Miami, entre otras cosas, para pasarla bien y cambiar por unos días de ambiente, había sido el cerebro en la Asamblea, cuando todavía era chavista, del proyecto del régimen para reunificar a todas las policías estadales y municipales en una sola, proyecto que se discutía en el parlamento “hace unos días”, en mayo del año 2007, cuando ya Chávez tenía 7 años en el poder… cuando ya se habían masacrado a los venezolanos en la “Masacre de Miraflores”, cuando ya Chávez se había apoderado de PDVSA, cuando ya todos ellos le habían cantado el “cumpleaños feliz” a Fidel Castro, en uno de sus viajes – oficiales y públicos – a Venezuela, etc.

A dicha reunión con Juan José Molina, convocada por Patricia Poleo, asistieron, entre otros menos conocidos, Hellen Villalonga, Ana Mercedes Díaz, Gisela Parra, Juan Fernández, Manuel Corao, Flor Arriaga, Ricardo Guanipa, el Teniente Colina, Edgar Quijano, Paul Sfeir y su esposa Donatella Ungredda. La mayoría de estos nombres no les dicen mucho a los venezolanos de Venezuela, pero en Miami todos la conocen.

No se dijo el motivo de aquella reunión, pero muy pronto se sabría. El diputado Juan José Molina se estaba proponiendo – “¡Ay, qué gracioso…!”, diría mi padre – para fungir de representante del “exilio” de Miami en Venezuela. Pero, no se lo pierdan: les prometió a los asistentes de aquella velada, que él podría utilizar su influencia entre “sus amigos” del “gobierno” (del régimen), para que revisaran el caso de cada uno de los “exiliados”, con la intención de que pudieran todos regresar, felizmente, a Venezuela. ¿Qué tal?

La primera en responderle al diputado Molina fue la Dra. Gisela Parra, ex presidenta del Consejo de la Judicatura en Venezuela. Simplemente acotó que si ella había salido de Venezuela porque no tenía libertad de hablar, no podría regresar a ella, si no tenía ese sagrado derecho.

Fue la Dra. Ana Mercedes Díaz, ex Directora de Partidos Políticos del C.N.E., quien estuvo trabajando 25 años para el máximo organismo electoral de Venezuela hasta que fue expulsada por el régimen chavista, autora del libro “Debemos Cobrar”, quien llevó el peso del debate que se produjo ante tal propuesta del simpático diputado.

Ana Mercedes, para comenzar y entrar en calor, le dijo al diputado Molina que ella creería en Ismael García (máxima figura de “Podemos”) cuando se dignara a explicarle al país cómo se trampeó el Referéndum Revocatorio de agosto de 2004, ya que él (Ismael García) había sido el Jefe del Comando Ayacucho, que velaba por los intereses del “NO”, que entonces era la respuesta que tenían que dar los afectos a Chávez para evitar que éste fuese echado a patadas de la presidencia.

Si hay alguien en Venezuela que vivió los entretelones del “Mega Fraude” del Referéndum Revocatorio, es Ismael García, el mismo que en la noche del 15 de febrero de 2009, junto a Manuel Rosales (el homólogo de Eduardo Montealegre de Nicaragua) y a otros genuflexos más, se apresuró a reconocer el “triunfo” del “SÍ” que le daba la “victoria” a la propuesta de Chávez, para que éste se pudiera eternizar en el poder en nuestro país.

¿Confiaría usted hoy en Ismael García? Vean el siguiente video:

http://www.youtube.com/watch?v=RG7LVEYQQ4Q

A Patricia le ha faltado olfato periodístico. Jamás ha estado tan cerca de un VERDADERO TUBAZO. Ahora que ya lleva tiempo en contubernio con “Podemos”, debería aprovechar para que alguien de ese “movimiento” le eche el cuento de cómo fue la trampa montada en el Referéndum Revocatorio y así demostrarle al mundo que Chávez, en agosto de 2004, se convirtió en usurpador del poder en nuestro país.

¿Qué haría Patricia en Venezuela si las diligencias de su amigo Juan José logran que Hugo Chávez la perdone? No creo que ella estará pensando en regresar para seguir “echándole vaina” al régimen. Tendrá que hacer como hizo Orlando Urdaneta, un “mea culpa” y dedicarse a escribir sobre arte, deporte… o sobre la inmortalidad del cangrejo, digo yo.

Más tarde en conversación telefónica con Ana Díaz, Patricia abundó en el tema de su deseado regreso a la Patria. Sus esperanzas, le aseguró a Ana, están basadas en que la gente de “Podemos” le consiga un “juicio justo” (sic). ¿Un juicio justo como el que todavía no han recibido los comisarios Forero, Simonovis y Vivas? ¿Será que Patricia sabe algo (está “dateada”) sobre el inminente futuro adecentamiento del Poder Judicial en Venezuela, así como se espera que se adecente el otro “poder”, el Poder Electoral?

Por otro lado nos preguntamos cuál “juicio” es el que Patricia está esperando. A menos que no sepamos todos sus “problemas” con el régimen, a ella se le acusó de co-participar en la autoría intelectual de la muerte del Fiscal Danilo Anderson, pero la acusación se derivó de un testimonio que ya hoy el propio régimen “decidió” que era falso. Al resto de sus “compañeros de causa”, le cerraron el caso y anda tranquilamente por las calles de Venezuela, entrando y saliendo del país sin problema alguno. ¿Cuál juicio es el que le espera… o le esperaría a Patricia de regresar a Venezuela?

Supongo que tendrá que presentarse en la Fiscalía, introducir un escrito pequeño y sencillo y en un par de horas estaría en su casa, con su familia y amigos. Así de sencillo, pienso yo, que sería la cosa. No hace falta pactar con “Podemos” para que ese problemilla sea resuelto sin mayores tormentos.

Sin embargo, el exilio es duro, durísimo… aunque en Venezuela muchos crean que existe el “exilio dorado”. Yo sé de eso, de exilios. A la edad de once años dejé todo atrás para jamás regresar a mi patria, a mis amigos… a mis abuelos, primos: a mi hogar. Jamás volví a percibir el olor del mar de Cienfuegos, que me quedaba a un par de cuadras de mi casa. Y ahora, nuevamente, tuve que dejarlo todo atrás con la desesperanza de no poder regresar jamás a mi patria adoptiva, la cual he llegado a querer tanto como aquella que me vio nacer. ¡Es duro!

Por eso es que debemos entender la ilusión de un retorno a lo nuestro, porque afuera siempre seremos extranjeros. Lo que Patricia no sabe es que existe un “punto de no retorno” para aquellos que deciden abrazar la lucha frontal en contra de un tirano. A veces se gana y otras se pierde. A nosotros nos ha tocado perder… qué remedio nos queda. Así como el grueso del pueblo de Venezuela pone sus esperanzas infundadas en la recuperación de la Patria por la vía electoral, ella – Patricia – pone sus esperanzas en “Podemos” y en un sistema judicial que es parte de nuestro drama como país. Ella podrá regresar, pero para convertirse en un “guiñapo político”, algo que favorecerá al régimen, porque estos tiranos se alimentan de la destrucción moral y espiritual de sus detractores. Además, ese “perdón” y conseguir un “juicio justo” tienen un costo muy elevado, que no precisamente se mide en pesos y centavos, porque lo menos que necesita el régimen es dinero. Tiene un costo político que lo pagaría Venezuela entera.

Patricia debió haber aprendido con el montaje de los “comacates” y cómo la manipularon aquellos supuestos oficiales que la pusieron a gastar toneladas de tinta en artículos sobre aquel cuento chino. Ella debe cuidarse más, porque pareciera que tiene imán para los camaleones enviados por el régimen con la intención de desacreditarla y, eventualmente, destruirla. Para que no se le vaya a ocurrir invitar al “exilio” de Miami a compartir con el General Raúl Isaías Baduel (una vez que “salga” en libertad), en su casa, le sugiero que recuerde este video:

http://www.youtube.com/watch?v=cp1nlqVEaQE

El viernes 6 de marzo de 2009, Ana Mercedes Díaz fue entrevistada en La Poderosa por el periodista y patriota venezolano Roger Vivas y otro gran venezolano, Eduardo Alemán, compañero de Roger en el excelente programa radial “Por Qué No Me Escuchas”. Ahí, en ese programa que se transmite de lunes a viernes a las 12:30 del mediodía, la Dra. Díaz sacó al aire unas asombrosas amenazas (en un estilo impresionantemente prepotente) dejadas en el buzón de su celular, en donde Patricia Poleo le advertía que la iba a demandar ante una corte penal. Esa entrevista y muchos documentos más, puede ser escuchada en el siguiente blog:

http://patriciavsanamercedes.blogspot.com/

El domingo 8 de marzo de 2009, Patricia publicó en Noticias24.com su columna semanal titulada “Diario del Exilio”. Esa columna puede ser leída en la dirección que arriba indicamos. En ella, en vez de aclararle a sus lectores por qué había amenazado a la Dra. Díaz con demandarla y aclarar el punto sobre su negación a demandar al ex Fiscal General Isaías Rodríguez, algo que Ana Mercedes comentó en la entrevista en La Poderosa, arremetió contra su hasta-entonces-amiga de una manera que a todos nos dejó en un solo sitio.

Esa columna, a la cual Patricia tituló “La Loca”, motivó que le escribiera la siguiente carta pública, que inmediatamente envié a mi red de más de un millón ochocientos mil buzones electrónicos. Aproveché, además, para comentar sus declaraciones dadas en un prestigioso programa de televisión, en Miami, llamado “El Factor Brown”, ante el periodista cubano Ricardo Brown. En dicho programa, en horario estelar, Patricia nos sorprendió a todos cuando dijo que el 90% de los venezolanos había votado por Hugo Chávez; que ella pretendía regresar a Venezuela para obtener un “juicio justo” y poderle demostrar, una vez en Venezuela, a ese 90% de los venezolanos – que según ella había votado por Chávez – lo equivocados que estaban. He aquí la carta:

Miami, domingo 8 de marzo de 2009

Mi querida Patricia,

Te escribo esta nota porque sé que – al igual que Ana Díaz, quien al principio, no quiso atender tus llamadas – no me atenderías la mía. La última vez que te llamé me trancaste groseramente, sin siquiera esperar a descubrir el motivo de mi llamada. Claro, yo no cometo los errores que tú has cometido: jamás dejo mensajes amenazantes en los buzones, pues entiendo que eso pudiera considerarse, en este país, un acoso psicológico, algo que en Estados Unidos, cuando se emplea la línea telefónica, pudiera ser tipificado como un delito federal… palabras mayores. Al menos ahora sé que a ti también te molesta que no te atiendan las llamadas.

Mi gran reto, desde que comencé a escribir en la red, ha sido DESMONTAR A LA OPOSICIÓN GENUFLEXA, APÁTRIDA, TRAIDORA, CONCHUPANTE Y CÓMPLICE. Esa que tu padre, con mucho atino, llama “La Oposición Bellaca”.

El día en que noté que te habías “anotado” en la “papeleta” de “Podemos”, comencé a tomar distancia contigo, pues entiendo a este grupúsculo como una herramienta “bellaca” del régimen. Como dijo tu padre, con tremenda sabiduría, “por sus palabras y acciones (o falta de ellas) los conoceréis”.

Ese acercamiento tuyo a la “Quinta Columna”, hizo que te anotara en mi lista de “atacables”. Mis ataques, sin embargo, siempre han sido en el plano político, JAMÁS EN EL PLANO PERSONAL. Lo que tú, Hugo Chávez, Evo Morales o el Papa hagan con sus vidas privadas, es un tema personalísimo que a nadie le debe interesar. Busca todos mis escritos y JAMÁS encontrarás que haya hecho uso de un descalificativo del adversario en el plano personal. Además, mis enemigos tienen tantos puntos negros políticos, que no hace falta meterse con ellos en lo concerniente a la persona en sí… bueno, más allá de haberme burlado, en uno que otro momento, de la “verruga” del sátrapa… como aquello de “la verruga que camina por América Latina.”

El hecho de haber convocado una reunión en tu propia casa de habitación (en Miami Beach), para darle tribuna a un “bellaco” (con la connotación que a esa palabra le da tu padre, no con la que se le da en Puerto Rico), es motivo de crítica y de ataque, porque estás promoviendo al enemigo, tal y como yo entiendo es el diputado Juan José Molina, un individuo que hasta hace “unos días” estaba viendo cómo colocar todas las policías en las manos del régimen, para reprimir mejor a nuestros hermanos venezolanos… tu familia y la mía, entre ellos. Hasta ahí no llega mi permisividad.

Si hay alguien que entiende tus esperanzas de poder regresar a Venezuela, a lo nuestro, lo antes posible, es Robert Alonso. Desde que soy un niño he sufrido el exilio, dejando atrás todo para caer en una ciudad inhóspita como lo era la Caracas de septiembre del año 1961, cuando se batió record de secuestros de niños para ser enviados a pedir limosnas en Colombia. Nuestra madre no nos dejaba ni ir al baño solos, en las pensiones de mala muerte donde tuvimos que vivir al llegar a Venezuela, por temor a que nos fueran a secuestrar.

Crecí en una tierra ajena, que luego – a través de las décadas – hice mía y llegué a querer como: Venezuela, donde sembré cuatro hijos y, por ahora, un nieto. Por ella he luchado, no recientemente, desde hace muchas décadas y yo sí te puedo probar mi trayectoria de lucha en todas las modalidades posibles. En el proceso, no solamente lo he perdido todo (lo material que tuve o pude haber tenido), he cosechado el desprecio de propios y extraños y hasta me he tenido que enemistar con algunos miembros de mi familia que no entienden que la lucha debe ser frontal, a costa de nuestros propios intereses individuales. Lo único que no he perdido, además de mi mujer e hijos, ha sido MI DIGNIDAD.

Creo que te equivocaste cuando por teléfono le dijiste a Ana Mercedes que lo que tú estabas buscando era regresar a Venezuela para recibir un “juicio justo” (sic). Jamás podrá haber justicia dentro de un régimen castro-estalinista… lo que hay son “arreglos”. Tú regresas a lo tuyo, a tu patria, pero hecha un guiñapo político, luego de haber vendido tu conciencia, tus ideales: tu alma a Satanás. La única manera de sobrevivir sería plegándote a la “oposición bellaca”. Pasarías por opositora, pero al menos tú y yo sabríamos que lo habrás dejado de ser. Te vería, entonces, “vendiendo la vía electoral” cual merchante cualquiera, de esos que como Petkoff aseguran (como lo aseguró hace días en Miami), que las elecciones en Venezuela sirven para “contar” cuantos votos tiene la oposición: las encuestas más costosas de nuestra historia… el futuro de La Patria. Además, ¡encuestas total y absolutamente falsas, que no reflejan la realidad nacional!

Tu falta de interés por denunciar los delitos del ex Fiscal General, Isaías Rodríguez, también fue motivo de preocupación por mi parte. Como acertadamente indicó la Dra. Díaz en su entrevista con La Poderosa, acusando al ex Fiscal podríamos ponerles un “parado” a futuros funcionarios para que no se cometan en otros, las violaciones que se cometieron contigo, en perjuicio tuyo, de tu familia y de Venezuela entera, porque tú eres un reflejo de Venezuela, aunque muchos se esfuercen por no aceptarlo.

Sé que debes haber pensado, en estos días, sobre aquel artículo público que titulé, “¡NO LA CAGUES, PATRICIA!”. ¿Te acuerdas? Te lo voy a recordar. Fue a raíz de una tarde en que intempestivamente llegó a visitarme mi gran y admirado amigo de toda una vida, Salvador Romaní. Venía muy contrariado. Había leído un “tip” escrito por ti, donde asegurabas que “un famoso líder cubano-venezolano, con un hijo preso en Venezuela, había ido a negociar su libertad a la República Dominicana.” Así como hoy no llamaste a “La Loca” por su nombre (Dra. Ana Mercedes Díaz), en aquella oportunidad no llamaste al “supuesto-negociante-de-la-libertad-de-su-hijo” por el suyo: Salvador Romaní.

En ese “tip” de una de tus columnas, retrataste a mi amigo, compañero de lucha (de muchísimos años), Salvador Romaní, a quien le habían detenido un hijo – llamado como él – tal vez por equivocación y fue acusado, como tú, de haber sido uno de los actores intelectuales de la muerte del Fiscal Danilo Anderson. ¿Te acuerdas ahora? Mi amigo Salvador no sabía por qué ese empeño tuyo en divulgar tamaña falsedad, sobre todo cuando él era un gran amigo – y colega – de tu padre, de toda una vida.

Si para entonces hubiera sido el deseo del régimen de soltar a Salvador Jr. (quien jamás se ha metido en política ni mucho menos ha militado en la causa anti-castrista, como su padre), ese “tip” tuyo hubiera podido haber demorado su libertad… o tal vez la hubieran adelantado, para enlodar – con tu ayuda – el nombre de un hombre que desde que llegó a Venezuela, en 1959, había luchado por evitar que tu patria cayera en las garras del castro-estalinismo internacional, además de ayudar a liberar a la suya propia: Cuba. Un hombre que era entonces el Presidente de la Junta Patriótica Cubana, una organización heredada por los cubanos exiliados desde el tiempo de la lucha por nuestra independencia de la corona española.

Ahora te encuentras en una telaraña similar a la que tú tejiste en el caso de Salvador Romaní y su hijo. Por cierto que, al pasar los años, ambos (tú y Salvador Sr.) en el exilio de Miami, en el VERDADERO EXILIO de Miami, él te supo perdonar, porque entendió – y así me lo dijo – que había sido cosas de “muchachos”… un desliz periodístico o algo así. No encontró Salvador, maldad en tu acción.

Hoy (domingo 8 de marzo de 2009), luego de la lectura de tu columna (“Diario del Exilio”), la cual se la has dedicado ÍNTEGRAMENTE a la Dra. Ana Mercedes Díaz, a quien llamas loca, no puedo menos que escribirte para llamar a tu atención el grave error que estás cometiendo.

Tú, que fuiste la profesora preferida de mi hija, en la facultad de “Comunicación Social” (Periodismo) de la Universidad Santa María, no puedes caer en tal bajeza. Que yo sepa, la Dra. Díaz (Ana Mercedes, como tú y yo le hemos llamado siempre), no te ha insultado ni puesto al escarnio público. Todos tenemos nuestros puntos flacos. Unos somos gordos, a otros les faltan los dientes. Unos son bajos y rechonchos y otros son flacos y esmirriados. Muchos estamos ya echando canas y viéndonos horribles ante el espejo, todas las mañanas al levantarnos. Eso no es materia para atacar a una persona quien no te ha dicho ni la décima parte de lo que tú, en tu “tip” le dijiste a uno de los grandes patriotas del Exilio Histórico Cubano en Venezuela.

Ni tú ni la mayoría de la gente está al tanto, ni tienen por qué saber qué hace y qué no hace la Dra. Díaz cuando va a Venezuela. Yo soy testigo de lo que ella ha intentado hacer y sus importantes misiones dentro del país, aprovechando su anonimato y que no está en la lista de “perseguidos”, algo que ni tú ni yo podríamos hacer, a menos que quisiéramos suicidarnos. Lamentablemente hemos perdido una extraordinaria herramienta con todo este lío innecesario. ¿Cómo quedarías tú si ella presentase la Gaceta Oficial de la República de Venezuela donde se publica su nombramiento como Jefa de Partidos Políticos del C.N.E.? Echarías por la borda más de dos décadas de tu trabajo como periodista, al no saber de las funciones de la Dra. Ana Díaz dentro del Consejo Supremo Electoral y luego dentro del Consejo Nacional Electoral. Tú, Patricia, no lo sabes todo, ¿sabes? A veces te equivocas y a veces, echas tus cuentos, como los de los “comacates”, para no ir tan lejos. A ti el régimen te ha acusado falsamente, a la Dra. Ana Mercedes Díaz, si hubiera sido capturada en Venezuela, la hubieran acusado con toda propiedad. Estuve en contra del último viaje de Ana Mercedes a Venezuela, por considerarlo muy peligroso y sin ningunas opciones de triunfo. Hubiéramos perdido a una gran patriota, aunque no sea “perseguida”, como lo eres tú y lo soy yo. Esta es una lucha de TODOS, no de los “mediáticos” que todo el mundo conoce, como lo eres tú y lo soy yo. En verdad, me quito el sombrero ante la Dra. Ana Mercedes Díaz y lamento no poder decir más sobre ella y sobre su trayectoria de lucha, porque pudiera comprometer a hermanos que dentro de Venezuela están LUCHANDO, no haciéndole el juego al régimen, como pareciera que es ahora tu tónica.

Cuando dijiste en el “Factor Brown” (hoy a las 6 de la tarde por Gen TV), que por Chávez votó el 90% de los venezolanos, se te fueron los tiempos de punta-a-punta. No podía creer lo que estaba escuchando. Dijiste, además, que había que demostrarle a esa MAYORÍA de los venezolanos que votó por Chávez, lo mala que es la “revolución” como ÚNICA MANERA – según tú – de recuperar La Patria. Al decir esto, le estabas dando un espaldarazo al régimen, a la vía electoral, al fraude: ¡a la trampa! Es decir, que según tú, el 10% de los venezolanos no son “bolivarianos”. Eso es algo que NI LOS CHAVISTAS MÁS RANCIOS… INCLUYENDO AL PROPIO CHÁVEZ, HAN DICHO. No puedo creer, todavía, que tal cosa salió de tu boca… y de tu cabeza. Todavía no has regresado a Venezuela, ni has recibido un “juicio justo” y ya estás LEGITIMANDO AL RÉGIMEN, pero de una manera descarada.

Si ese va a ser tu “discurso” cuando regreses a Venezuela, te aseguro que no te sucederá absolutamente nada. No tienes que buscar el apoyo de “Podemos”, solamente tienes que prometerle al régimen que te afiliarás a ese partiducho y que seguirás la línea que desde Miraflores le dictan a ese nido de traidores, dirigido por uno de los individuos que más daño le ha hecho a Venezuela, a tu hija, a mis hijos, mi nieto y a nuestras futuras generaciones: Ismael García.

No Patricia. No sabemos cuántos votaron y cuántos no votaron en NINGUNA de las “elecciones” controladas por el régimen. No sabemos cuántos votos nulos hubo y cómo habían votado aquellos cuyos votos fueron anulados electrónicamente. No sabemos si la oposición cuenta con 5millones de votantes, o con 10millones. No sabemos cuántos se abstuvieron: ¡NO SABEMOS NADA! El régimen caerá cuando el pueblo de Venezuela se sacuda de sus dirigentes “bellacos” (como dice tu padre) y se subleve de una manera activa, generalizada y sostenida. La política nada tiene que ver. No hay que convencer a nadie. Muchos de los que votaron a favor del “SI”, lo hicieron por miedo. Hubo infelices que hasta creyeron el cuento chino ese que sus votos estaban controlados por el Satélite Simón Bolívar. Otros les tenían miedo a las captahuellas. Sin considerar que Supermán “votó” dos veces (la primera con la cédula No. 8005619 y la segunda con la cédula No. 4308005), y lo mismo hizo una cuerda de ancianos con más de 120 años de edad… cubanos, colombianos, árabes y paremos de contar. Si consideramos que en Venezuela hay más de 3millones de empleados DIRECTOS del régimen, podríamos entender cómo muchos de ellos y sus familiares podrían votar a favor del mismo, por temor a que uno de esos aparaticos “raros” electrónicos pudiera detectar sus votos y quedar en la calle, como quedó en la calle más de una decena de miles de dignos empleados de PDVSA… desgracia que yo me cansé de advertir ante la gente del petróleo en mis conferencias tanto en INTEVEP como en la Plaza de la Meritocracia. En aquella oportunidad siguieron a los líderes – que dieron muestras de no conocer al enemigo – y confiaron en que estaban haciendo lo correcto, cuando – en realidad – lo que estaban era ayudando al régimen (sin saberlo) a “menear la mata” para sacar a todos los “escuálidos” de PDVSA y quedarse Chávez solito con la empresa más importante del país. Todavía algunos de esos líderes, como Juan Fernández, están por ahí dictando cátedra, con el disfraz de “analistas políticos”, cuando – si hubiesen sido japoneses – se hubieran tenido que hacer el harakiri… como mínimo.

Mucho me extrañaron tus declaraciones ante el periodista Ricardo Brown, en el Factor Brown de hoy en la tarde, porque has cambiado, DIAMETRALMENTE, tu discurso. Jamás pensé que yo, Robert Alonso, estaría “explicándote” cómo, en parte, funciona el fraude electoral en Venezuela y que por la vía electoral jamás podremos recuperar la Patria… porque si algo hemos compartido tú y yo, es ese mismo “discurso”: que a través de elecciones trampeadas y controladas por el C.N.E. no hay vida. Creo que tus relaciones sociales con la gente de “Podemos” te han lavado el cerebro. Eso pasa. Ha sucedido en la Cuba de Castro y nada extraño tiene que suceda, algún día, en la Venezuela de Chávez.

Se dijo en el programa del Lic. Ricardo Brown que Juan José Molina, diputado de “Podemos”, iba a hablar con su amiga Tibisay Lucena para que se enviaran máquinas para cedular en Miami (o en el “exilio”) y para que resolvieran algunos problemitas que hubo en las elecciones pasadas, como las faltas de cédulas, venezolanos que “murieron” en Miami y que no pudieron votar por “estar muertos”, etc. ¿Para qué queremos seguir votando en el “exilio”… o en Venezuela, si cada vez que votamos nos montan en la olla? ¿Es que el diputado Molina todavía no ha caído en cuenta de cómo nos ensartan en cada “elección”? Tú misma has hablado y escrito muchísimo al respecto.

Luego comentaste cómo todo el mundo en Venezuela sabe que tú no “mandaste a matar” al Fiscal Anderson… razón por la cual estás considerando regresar al país, si se te garantiza un juicio justo. ¿Es que todo el mundo en Venezuela no sabe que los comisarios Forero, Vivas y Simonovis no fueron los responsables de la “Masacre de Miraflores”? Por qué Juan José Molina, en vez de venir al “exilio” a jurungarnos, no se dedica – junto a Podemos – a conseguirles a nuestros comisarios un juicio justo… o, al menos: ¡un juicio! Porque estos hermanos venezolanos llevan AÑOS esperando un juicio… justo o no justo. Nosotros, mal que bien, estamos en libertad en el exilio… ellos, nuestros comisarios y el resto de los presos políticos, están tras las rejas. En todo caso, tendrían prioridad. ¿No crees?

Nota: Cuando le escribí esa carta a Patricia, nuestros comisarios y demás policías de la PM, no habían sido sentenciados todavía.

Dices que con tus diarios escritos le haces daño al gobierno (al “régimen”, le llamo yo). Dices, además, que regresarías a Venezuela sin condiciones algunas. ¿Seguirías, desde Venezuela, haciéndole daño al régimen? Creo que estás un poco desfasada. ¿No crees? O no le estás haciendo mucho daño al régimen, en el caso de que Juan José te pueda conseguir un “juicio justo”… o tendrás que pagar el alto precio de tu silencio, de ser juzgada “con justicia” en Venezuela.

El pobre Juan Fernández no te ayudó mucho con su intervención en el programa de hoy con Ricardo Brown. No es que ustedes quieran regresar a Venezuela, según Juan. Lo que ustedes han querido es hacerle ver a Juan José Molina lo utópico que sería conseguirles a todos ellos, juicios justos. ¿Será que Juan Fernández pensó que podría irle a bailar al trompo en su casa? Qué no sabrá Juan José Molina. Él, como decía un chinito en Cuba: “sabe masiao”.

No sé quién demonios le dijo a Juan José Molina que podía convertirse en “la voz del exilio”. Yo me niego, ROTUNDAMENTE, a que ese señor sea mi voz en Venezuela. Yo prefiero que abogue por nuestros comisarios presos y por los demás presos políticos, DENTRO DE VENEZUELA y, de paso, que su jefe – Ismael García – nos eche el cuento de cómo fue que él, al frente del “Comando Ayacucho”, nos trampeó el Referéndum Revocatorio de agosto de 2004. Eso le probaría a Joan Manuel Serrat y al resto del mundo, que Chávez es un usurpador del poder en Venezuela… y tal vez, quién sabe, podríamos regresar sin que tengamos la necesidad de un interlocutor que “abogue” por nosotros. ¿No te parece? Además, que el Ismael nos cuente quiénes asesinaron a nuestros hermanos en la llamada “Masacre de Miraflores”, en la tarde del 11 de abril de 2002.

Juan Fernández dice querer que Juan José Molina le demuestre a él que hay justicia en Venezuela. No sé que tendrá Molina que estar demostrando nada a nadie. El propio Ricardo Brown, un cubano de Miami, le preguntó: “¿pero no está más que demostrado que no hay justicia en Venezuela?” Es que el amigo Juan Fernández sigue más perdido que el hijo de Lindbergh. Si él y el resto de los líderes de PDVSA no hubieran estado tan perdidos, tal vez todavía estuvieran echándole vaina al régimen dentro de la mayor empresa del país.

Aprende de Don Salvador Romaní Sr. No te lances al lodo para desde ahí pretender llevar a tu compañía a Ana Mercedes, porque ella no te va a acompañar. Si crees que te ha ofendido, rebátela con argumentos propios sobre el debate que está en el tapete de la opinión pública, tanto del exilio como del terruño. Explícale por qué no consideras prudente, para tu caso, acusar ante la Corte Penal Internacional al Ex Fiscal General Isaías Rodríguez. Explícale por qué crees que, en tu caso, podrías contar con un “juicio justo” (sic), de regresar a Venezuela apadrinada por “Podemos”. Esos son los puntos interesantes, no lo fea que Ana Mercedes, según tú, luce cuando se pintorretea los labios… o cómo su marido la dejó por otra para tenerle ahora, según tú, lástima como mujer, como ser humano, como madre de dos hijos y como individuo.

Alguna vez, muchos venezolanos te vieron como un ícono de la resistencia. Otros, como mi hija, querían emularte en el plano profesional. Muchos llegaron a verte como “presidenciable”, luego de adquirir un poco más de experiencia, claro está. Si esa columna tuya, titulada “La Loca”, la pudieras borrar de la faz de la red y de tu alma, les estarías haciendo un inmenso favor a ti misma, a mi hija (y a muchas “hijas” que como ella te han admirado siempre en el plano profesional) y a la verdadera oposición, donde tú perteneces y has pertenecido hasta que comenzaste a “interesarte” por esos traidores de “Podemos”.

Claro que estás a tiempo de rectificar públicamente. Así como de tu pluma salió tal adefesio literario, “La Loca”, podría salir una carta de satisfacción, no hacia Ana Mercedes, hacia tus lectores, tus seguidores y admiradores, que no son pocos. Errar es de humanos, rectificar es de sabios.

Por cierto. Si en este caso – político – hay alguien que pudo haber cometido un crimen por el cual pudiera ser objeto de una acusación penal, podría ser tú misma, ya que al dejar grabada una amenaza en el buzón telefónico de tu “enemiga”, podrías haber violado la ley federal de Estados Unidos. Yo no creo que la sangre llegue al río, pero – que yo sepa – aquí la única persona que pudiera aparentar haber cometido un delito, si acaso, pudieras ser tú. No estamos en Venezuela. No sabemos el tormento y el daño psíquico que en la mente de Ana Mercedes pudieron haber producido tus repetidas amenazas y acosos. Por menos que eso se han visto perjudicados esposos que amenazan a su mujeres y vice-versa. Uno de esos casos se hizo público hace poco, como pudimos ver en los noticieros de la TV de Miami, cuyas desaforadas amenazas grabadas en el buzón del celular de una sufrida esposa, las escuchó el pueblo entero.

Mis sugerencias son varias:

“No te juntes con esa chusma”. Deja a los de “Podemos” que sigan con sus papeles de “opositores bellacos” haciendo “oposición” en la “Asamblea” Nacional. Después de todo, vamos a estar claros: si fuesen opositores-opositores, de verdad-verdad, jamás te conseguirán un “juicio justo” (sic), como tú sueñas que obtendrás a través de su “ayuda”.

Rectifica tu infausto escrito, “La Loca”, para quedar bien con tus lectores y, sobre todo, contigo misma.

Explícale a la opinión pública por qué no deseas demandar al Ex Fiscal Isaías Rodríguez, que tanto daño te ha hecho, le ha hecho a tu hija, a tu familia… y al pueblo de Venezuela en general.

Tómate un tilo con limón y si puedes, échale un poquito de Cointreau. Cuando estoy muy alterado, como tú evidencias estarlo hoy, me echo ese traguito y me “nivelo”. No que me sobre el dinero, pero si gustas, me encantaría invitarte a ti y a Ana Mercedes a echarnos un Cointreau con tilo y limón en un estupendo café de Miracle Mile, aquí mismo en Coral Gables… y cuadrar la caja.

Por cierto. Te he enviado una invitación para que seas “mi amiga” en Facebook. Espero que me aceptes.

Tu amigo,

Robert Alonso

El martes 10 de marzo de 2009, Patricia nos soltó otra bomba cuando hizo correr por Miami su intención de acusarme ante el F.B.I., como si en Estados Unidos funcionara, como ha funcionado siempre en Venezuela, el terrorismo judicial. Para el momento en que me tocó entregar el manuscrito de este libro a los editores, todavía el F.B.I. no me había tocado la puerta. Ya nos enteraremos de sus diligencias judiciales.

Aquella tarde me llamaron de La Poderosa (estación desde donde Roger Vivas y Eduardo Alemán habían entrevistado a la Dra. Díaz) para comentarme que su propietario, Jorge Rodríguez, andaba muy preocupado con una llamada de Patricia Poleo en donde le advertió que en “ese momento” estaba poniendo una denuncia en mi contra ante el Buró Federal de Investigaciones (FBI). Al parecer, Rodríguez pensó que aquella denuncia se haría extensiva a su estación radial, una de las más escuchadas entre la comunidad cubana de Miami.

Hacía uno días que Patricia había contratado (pagando ella, por supuesto) unos micros con La Poderosa para salir al aire con sus comentarios, en el noticiero del mediodía, de lunes a viernes. Ese negocio se cayó, porque Patricia acusaba a la estación de haberse convertido en tribuna para ser, según ella, insultada y vilipendiada.

Regresando al tema de la reunión en casa de Patricia con varios venezolanos y el diputado Juan José Molina, tengo que acotar que Manuel Corao, el propietario de uno de los dos periódicos venezolanos que han sobrevivido en Miami, “Venezuela Al Día”, quien tiene muchos años fuera de Venezuela, quería saber la razón por la cual “El Bloque del NO” estaba tan contento en Miami, si los venezolanos en Venezuela estaban de pésame, a raíz de la “derrota” sufrida en el “referéndum” del 15F2009. En esa reunión convocada por Patricia, Corao le informó al diputado Molina que ese “movimiento electoral”, liderado en Miami por Alexis Ortiz, un tal Pedro Mena, entre otros, estaba invitando a todo el “exilio” venezolano para la noche del jueves 26 (de 2009) a una velada de tragos que se llevaría a cabo en la discoteca “La Covacha”, para celebrar los logros alcanzados por “El Bloque del NO” en las pasadas elecciones del 15 de febrero pasado.

En ese “Bloque del No”, no estaban todos los que eran, ni eran todos los que estaban. Eso es importante dejarlo claro. Por ejemplo, ahí tenemos al amigo Raúl Leoni, hijo de uno de los presidentes a quienes les debemos la democracia que disfrutamos en Venezuela durante más de cuarenta años. Leoni Jr, es un venezolano digno y sincero, quien cree – como la mayoría – que la vía electoral hay que agotarla. El problema es que no se le ha puesto un “tope” a ese “agotamiento”, lo que se podría convertir en un “hoy no fio, mañana sí.”

¿Qué pensarían grandes patriotas, PADRES DE LA DEMOCRACIA EN VENEZUELA, como Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, sobre la “estrategia” que han escogido "nuestros" dirigentes para enfrentar al mismo enemigo que tiñó el suelo patrio de sangre venezolana? Estoy seguro de que Don Raúl Leoni y Don Rómulo Betancourt no acudirían, cual pendejos, a las urnas para hacerle el juego y legitimar al mismo régimen que ayer intentó apoderarse de Venezuela por la fuerza y a punta de matar hermanos venezolanos.

Los venezolanos han cambiado, el régimen castro-estalinista: ¡no mucho! Es el mismo régimen brutal, criminal y sanguinario disfrazado de demócrata, aunque haya mutado y mejorado para el mal. Jamás lograremos tambalearlo por la vía electoral, todo lo contrario: por esa vía lo fortalecemos y lo LEGITIMAMOS. Eso lo sabrían Don Leoni y Don Betancourt, grandes hombres que estuvieron claros y que gracias a ellos, en gran parte, pudimos disfrutar de una Venezuela libre y democrática mientras el pueblo de Cuba sufría y los cubanos morían como moscas frente al paredón de fusilamiento gritando: “¡Viva Cristo Rey!”

Aquellos que vivimos la dorada época de Betancourt y Leoni debemos honrar sus memorias y no dejarnos quitar la patria, pintándonos las manos de blanco y botando nuestros votos en "elecciones" que todos sabemos serán trampeadas, aunque de vez en cuando "nos regalen" un pírrico "triunfo", como para que no nos sintamos totalmente defraudados por "nuestros" líderes y sigamos “confiando” en la malévola vía electoral y en aquellos apátridas que les hacen el juego al régimen, sabiendo que por ahí no hay vida alguna.

Es por eso que debemos perseverar en la RESISTENCIA CÍVICA, ACTIVA, GENERALIZADA Y SOSTENIDA, desenmascarar a quienes promueven la mentira y el "guaraleo" colectivo y evitar que sigan mancillando el honor que heredamos de esos grandes hombres como Leoni y Betancourt, porque sus pasos por nuestra historia no pueden ser olvidados por nosotros.

Regresemos al tema que nos interesa. Al salir de Radio Venezuela, aquel 5 de marzo de 2004, fui a dar a la urbanización Terrazas del Ávila, otra zona muy caliente en donde la noche anterior se había producido un serio enfrentamiento con el ejército (con un saldo de varios heridos o muertos, por parte del “oficialismo”), en el extremo este de la ciudad de Caracas, donde vivía un gran amigo de la infancia.

Llegué a casa de mi amigo, quien me abrió la puerta con mucho nerviosismo, mirando hacia fuera de su apartamento, como para verificar que no me habían seguido a su vivienda. Había estado escuchando el programa de Radio Venezuela y pensaba que me había vuelto loco.

Tuve que caminar varias cuadras hasta llegar a su edificio, porque no quería comprometer al hermano de Patricia, en caso de que lo hicieran preso y lo obligaran a cantar, bajo la presión de la tortura, en dónde me había llevado. Esa urbanización estaba repleta de altos edificios, así que sería como buscar una aguja en un pajar, a partir del lugar donde él hubiera podido haber dicho que me había dejado.

Lo primero que se le ocurrió a mi amigo fue servirnos un whisky en las rocas, empleando unos vasos cortos, como debe ser. Su mujer nos acompañó, sirviéndose otro, a pesar de que, según ella, era abstemia. En lo que les dije que el régimen había ido a buscarme a mi finca, la mujer comenzó a temblar de tal forma que el whisky se le salía del vaso. Fue ahí cuando mi amigo me dijo que no me podía quedar en su casa. Como ya se estaba haciendo de noche, me dio las llaves de su carro para que durmiera en él y le diera tiempo a pensar qué haría conmigo cuando amaneciera.

Su pequeño carro no tenía asientos reclinables, por lo que tuve que conciliar el sueño sentado o recostado en el asiento trasero, pero antes de que amaneciera, ya mi amigo me estaba tocando la ventanilla para avisarme que me iba a llevar lejos de su casa, a donde yo le dijera.

Me dio 20mil bolívares y un sándwich de jamón con queso, que me supo a gloria. En mi estómago solamente tenía el desayuno del día anterior.

Me paró en un teléfono público desde el cual llamé al líder de mis activistas de Valencia y le informé que, de alguna manera, me iría para su casa y que me consiguiera unos bolívares y unos dólares. Yo había traído de mi cuenta en Miami unos cinco mil dólares en efectivo, para cubrir los gastos de “La Guarimba” en Valencia. Me enteré que quedaban dos mil y esos fueron los que me sacarían del país y me llevarían a Miami, vía Colombia.

Logré llegar a Valencia por la Carretera Panamericana, que todavía mostraba los signos de “La Guarimba”. Ahí me comentó todo lo acontecido durante los días de sublevación, una historia que me impresionó, cargada de heroísmo y desgracia. Muchos de nuestros muchachos fueron detenidos y algunos de ellos torturados de manera indescriptible, como me enteré después, pues para entonces no sabíamos del paradero de la mayoría de ellos. Solamente sabíamos de las muertes de dos de nuestros muchachos.

Aquella mañana del sábado 6 de marzo, el país amaneció tranquilo. Chávez lanzó a todos sus soldados y toneladas de empleados de las diferentes alcaldías a las calles y antes de que cayera la noche, Venezuela entera estaba limpia de escombros. Las únicas evidencias de “La Guarimba”, fueron los tatuajes que los neumáticos, al quemar, dejaron sobre el asfalto de las calles, avenidas y carreteras de todo el país. Todavía la Coordinadora no había llamado al pueblo a sus casas, cuando ya los soldados del régimen estaban limpiando las calles, porque ya Chávez sabía que hasta ahí llegaría la crisis.

Llegando a Valencia, en casa de mi compañero de lucha, “Antonio”, a golpe del mediodía, vimos al traidor Pompeyo Márquez dirigirse al país a través de la televisión. “¡Venezolanos: hemos logrado los objetivos. El gobierno ha acordado sentarse en la mesa para negociar los términos del Referéndum Revocatorio. Regresemos todos a nuestros hogares y evitemos más derramamiento de sangre.” Algo así recuerdo haber escuchado de boca de quien fuera el único activista de la resistencia en contra de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez que no cayó preso ni salió al exilio. Un eterno jefe de las guerrillas castro-estalinistas que en la década de los sesenta y setenta, cubrieron de sangre inocente venezolana el territorio nacional.
Visitar la siguiente página en la Internet:
http://www.mrr.name/2004.htm

Nuestros muchachos habían muerto en vano. Le dije a “Antonio”: “acabamos de perder a Venezuela…”

En Valencia pasé un par de semanas y tuve que mudarme de casa en tres oportunidades, cada vez que mi presencia era notada por alguna persona extraña al núcleo familiar donde me encontraba.

Cuando ya se hacía muy latosa mi permanencia en mis “conchas” (escondites) y se me acabaron los amigos dispuestos a darme alojamiento en esa ciudad, decidí agarrar carretera. Había un terror generalizado y un colectivo complejo de persecución.

De Valencia tomé un autobús que me llevó a la ciudad oriental de Puerto La Cruz, donde vivía mi madrina y otro gran amigo de la adolescencia, Alexis Ortiz. Cuando me bajé del autobús lo pensé dos veces. No era justo comprometerlos. Mi madrina, aunque divorciada, mantenía buenas relaciones con su ex esposo, quien era un chavista rabioso y Alexis era el alcalde de la ciudad de Lechería. Así que volví a comprar un boleto y terminé en Maracaibo, en el extremo occidental del país. Había decidido vivir, por unos días, montado en un autobús, recorriendo Venezuela de un lado al otro.

Había tirado mi celular por la ventanilla del carro del amigo que me llevó de Caracas a Valencia, en la mañana del sábado 6 de marzo. Si los esbirros del régimen intentaban localizarme a través de las celdas que mantienen constante comunicación con los aparatos celulares, me irían a buscar por los montes entre La Victoria y Maracay.

Estuve tentado a llamar a mi familia, pero tenía el temor de que sus teléfonos estuvieran montados (“pinchados” o intervenidos). Luego me enteré de que la Disip me había ido a buscar, en dos oportunidades, a la casa de mi madre, en La Colonia Tovar, a una hora de Caracas.

Mi ocurrente madre se quitó a los esbirros de encima, haciéndose que padecía de Alzheimer. Cuando le preguntaron si ella era la mamá de Robert Alonso, se puso a buscar en su mente, haciéndose que se esforzaba… como recordando el pasado y respondió: “Ah sí… yo soy su mamá. ¿Ustedes lo conocen?” Así y todo, los funcionarios volvieron una segunda vez, donde ejercieron una mayor intensidad de búsqueda.

El alcalde de la Colonia la llamó para avisarle que para allá le mandaba a su policía, que no se asustara pues era para protegerla, porque le habían anunciado que una turba chavista estaba en camino para saquearle la casa. Unos meses después decidió que era hora de volver a salir al exilio. Vivió en Venezuela, ininterrumpidamente, 43 años. Había llegado a la edad de 33 años y la había abandonado a los 76.

Mi mujer y mis hijos menores (Alejandro y Eduardo), arribaron a Miami el día antes de que comenzara “La Guarimba”, el 26 de febrero de 2004. Como había botado mi celular donde tenía todos los teléfonos registrados y no me acordaba del número donde se estaban quedando, en casa de unos tíos, no pude llamar para avisar que estaba bien.

Al llegar a Maracaibo mis energías estaban al mínimo. Entonces se me ocurrió dirigirme hacia una de las más prestigiosas funerarias marabinas para hacerme pasar por deudo del primer muerto que se me atravesara en la entrada. Me acordé del sabroso consomé que me sirvieron en la funeraria caraqueña donde velamos a mi abuela, quien murió exiliada en Caracas a los 99 años de edad… y de lo sabroso que dormí en los cuarticos que tienen las funerarias para que los familiares de los difuntos descansaran. Esa parte estuvo bien. No había consomé, pero había chocolate caliente y unas galleticas dulces que sabían a Dinamarca.

De Maracaibo bajé al estado Táchira. En las inmediaciones de Ureña, frontera con Cúcuta, Colombia, había un hato cuya mitad estaba en territorio venezolano y la otra en territorio colombiano. Conocía a su dueño, “Don Jacinto”, porque él nos dejaba pasar los caballos de paso que los venezolanos llevábamos a las ferias equinas en el hermano país. Así evitábamos el papeleo, la permisología, etc. Entrábamos al hato por Venezuela y salíamos por Colombia. Pero cuando llegué, me encontré que “Don Jacinto” había muerto y los empleados que cuidaban la propiedad no me dejaron entrar.

Una vez en Ureña, decidí quedarme unos días en casa de un paisano que conocí cuando estudiábamos en Alemania, treinta años atrás, mientras planificaba cómo salir hacia Colombia, pues a pesar de que se puede ir caminando, atravesando el puente internacional entre Ureña (Venezuela) y Cúcuta (Colombia), no sabía si había un operativo buscándome.

“Pedro” me recomendó que me consiguiera documentación falsa. Los periódicos me mencionaban como el “padre de La Guarimba” y me achacaban toda la culpa. Sentí que me había convertido en “El Chinito de La Guarimba”, es decir, en el chivo expiatorio de aquella sublevación que pudo haber derrocado a Hugo Chávez del poder.

En Ureña perdí la noción del tiempo. Mi amigo, quien resultó ser un energúmeno bipolar, tenía una plantación de azúcar y estaba preparando su siembra u organizando su hacienda (según él), por lo que me dejaba solo, con dos perros viejos y gruñones, en su destartalada vivienda, vieja y sucia a más no poder (como si jamás se hubiera limpiado), ubicada en el centro de un pueblo que no es el más agradable de Venezuela. Una vivienda, según contaba “Pedro”, que se la había comprado a un nacrotraficante colombiano… de muy mal gusto, pensé yo entonces. El inmueble tenía una piscina reventada, llena de hojas de las matas de mango que alguien había sembrado en lo que se suponía era un jardín.

Por cierto. Al pasar los años, este individuo se presentó en Miami y para solicitar su “asilo político”, declaró – bajo juramento – haber formado parte de la “organización” de Robert Alonso que “invadió” a Venezuela con los famoso “paracachitos de Daktari”.

Un buen día me llamó su hermana para informarme que “Pedro” tenía algo que conversar conmigo. Había recibido una carta de Inmigración, donde se me pedía que explicara cómo era eso que había declarado él (bajo juramento), sobre unos altos funcionarios norteamericanos, de la embajada de EEUU en Venezuela, que habían participado en una operación para desestabilizar al “gobierno” de ese país e intentar matar al “presidente” venezolano. ¡No lo podía creer! Es cierto que “los locos no tienen horario, ni fecha en el calendario”, pero este enajenado había ido demasiado lejos.

Inmediatamente lo mandé al carajo y le envié una respuesta a Inmigración aclarándole que toda aquella historia obedecía a la intención de “Pedro” de recibir amparo político en Estados Unidos, basándose en los recortes de prensa que había recabado en la Internet. Jamás supe qué fue de la vida de ese anormal… ni se su familia.

Los contactos que mi ex compañero de estudios dijo tener en Cúcuta, no resultaron efectivos y tuve que desistir del plan. Peor aún, mi amigo tenía programado un viaje a San Cristóbal, según él, para comprar unas maquinarias y me dijo que no era conveniente que me quedara solo en su casa, pues habíamos decidido que de ella no podría salir, si quería que él me diera “asilo”. Noté en mi amigo una gran dosis de temor y que mi presencia no era del todo deseable.

No me tocó otra que volverme a montar en un autobús. Esta vez terminaría, luego de dar muchos tumbos de pueblo en pueblo, en Ciudad Bolívar, al extremo sureste del país… ¡bien lejos!

Entre Esmeralda y Ciudad Bolívar, tuvimos que pararnos en una alcabala donde estaban revisando a todos los pasajeros, algo que en algún momento me tocaría, pues las carreteras estaban llenas de alcabalas, algunas fijas y otras móviles, aunque en ninguna de ellas nos habían parado, pues se notaba que los conductores eran conocidos de los guardias. Existía un inmenso negocio de contrabando de indocumentados en el que participaban los choferes de los autobuses y los guardias nacionales, de ahí que en la mayoría de las alcabalas no nos paraban para pedirles documentos a los pasajeros.

Trataba siempre de sentarme en la parte de atrás de los autobuses, donde pensaba que podía pasar por desapercibido con mayor facilidad. Era posible que mi nombre no hubiera sido circulado a todas las alcabalas del país, pero en la psicosis de uno que anda huyendo, siempre se piensa lo peor.

A medida que el guardia nacional iba revisando papeles de todos los pasajeros hombres hacia donde estaba, mi corazón incrementaba sus latidos. Era más que evidente que buscaban a alguien del sexo masculino. Faltando ya dos o tres puestos para llegar a mí, el guardia detectó a un ciudadano colombiano, supuestamente solicitado o indocumentado, lo que produjo un tremendo alboroto que ameritó que el guardia sacara su pistola de reglamento, forcejeando con aquel individuo al tiempo en que gritaba por refuerzos. Los pasajeros comenzaron a salir del autobús corriendo, pensando, tal vez, que a aquel guardia se le fuera a ir un tiro… o varios, porque se trataba de una celosa pistola automática – 9mm – en las manos de un soldadito que tenía todas las características de ser inexperto.

Sacaron al colombiano del autobús, metieron al resto de los pasajeros en él y le dieron la orden al chofer que siguiera su camino, salvándome así de que el guardia me pidiera mis papeles de identificación.

Pero eso no fue lo peor. No sé si por el nerviosismo o si por alguna comida de esas que uno ingiere en las carreteras de Venezuela, me vino una diarrea imparable que no pude controlar sino hasta días después.

Al llegar a Ciudad Bolívar, me fui a ver a Valdemar, un bandido que conocía, traficante de oro de las minas de Las Claritas, quien tenía una parcela cerca de mi finca. En una oportunidad, aupado por Valdemar, mi hermano, Ricardo y yo, habíamos ido a las minas para investigar la posibilidad de comprar oro para la exportación, uno de los muchos negocios – éste era lícito – que se puso de moda en Venezuela, cuando éramos felices. Por cierto que Valdemar, un “bachaco” (lo que en Cuba se conoce como “mulato ruso”), odiaba a los negros a más no poder.

Aquel traficante de oro me alojó en su casa, la cual quedaba en las afueras de Ciudad Bolívar. Allí me pude bañar y pude dormir, parejo, por más de doce horas seguidas, a pesar del insoportable calor que hacía en esa ciudad. En su casa me quedé varias semanas y gracias a él pude salir de Venezuela por la vía de Capacho, un pueblito andino, en el estado Táchira, que hace frontera con Colombia, por donde había una ruta de penetración de contrabandistas de oro… y de sabrá-Dios-qué-más, que comerciaban con el hermano país.

El oro, me enteré por boca de Valdemar, que en la mayoría de los casos era cambiado por droga, era empleado en Colombia por los capos del narcotráfico, para lavar dinero, ya que tenían negocios organizados de compra y venta del precioso metal, que justificaba el intercambio de dinero en efectivo que recibían por sus ilícitas mercancías.

Valdemar me hizo un mapa que memoricé, porque de perderlo, perdería también la oportunidad de salir con vida de Venezuela. Me dio los datos de su contacto pasando la frontera y me entregó una pepita de oro, bien chiquita, como amuleto para la buena suerte. Me dijo que me quitara el reloj y que me metiera los dólares en las medias, lo que hacía un incómodo colchón entre las plantas de mis pies y los zapatos. Me advirtió de los peligros de aquella zona fronteriza, infectada de guerrilleros, de paramilitares y de bandidos, pero que, afortunadamente, los guardias venezolanos que ahí operaban se hacían los locos, no porque los sobornaban para que dejaran pasar a los delincuentes que por allí transitaban, sino porque ya habían matado a muchos de ellos y los sobrevivientes habían comprendido que era mejor no meterse con los bandidos.

Con los pocos bolívares que me quedaban, Valdemar me consiguió un chofer, propietario de un carro que alguna vez había sido un taxi, uno de los transportistas de contrabandistas que salían de Ciudad Bolívar hacia Colombia por la ruta del oeste, para que me llevara a los Andes, ya que hacia el sur lo que hay es selva, monte, indios y culebras.

Valdemar me había advertido de los forajidos y guerrilleros de aquella zona, pero se le olvidó mencionar la plaga de mosquitos y jejenes que del atardecer en adelante, inundan la zona selvática que me tocó recorrer hasta llegar a un pueblito colombiano donde se encontraba el ranchito (bohío) de su contacto. Allí me dijeron que el sector estaba muy convulsionado porque el DAS (policía política colombiana) y el ejército de Colombia tenían montado un operativo y, al parecer, planeaban quedarse un buen tiempo buscando a un grupo guerrillero que había masacrado a una decena de campesinos colombianos por cooperar, algunos de ellos, con las autoridades. Así que me tocó “guaralear” un poco en casa de aquel personaje sacado de una novela de Gabriel García Márquez, pensaba yo, quien vivía de darles servicio y apoyo logístico a los contrabandistas venezolanos que por ahí pasaban.

El contacto de Valdemar había trabajado, en plena selva y clandestinamente, en varios laboratorios donde se elaboraba la cocaína. Una tarde, mientras saboreábamos un extraordinario café hecho al estilo campesino, lo que en Cuba se conoce como “café carretonero”, me echó el cuento sobre cómo se obtiene la mortal droga, que tanto mercado encontraba en el mundo entero y muy especialmente en Estados Unidos.

La historia que me contó era de horror. Cómo se le echa hasta gasolina y veinte mil porquerías más al mejunje para llegar al producto final. En adición a lo dañino de la droga en sí, estaba el horripilante daño que debe producir en las neuronas de un individuo que huele todos aquellos componentes “marginales” que se encuentran en ese maldito polvo blanco, que tanta desgracia ha producido en millones y millones de familias de seres humanos.

Al cabo de varios días, el contacto de Valdemar desapareció del mapa y comencé a pensar que me habían “montado en una olla”. Había salido de Guatemala y había aterrizado en Guatepeor. El único dinero que tenía ya, eran los 2mil dólares que me habían dado en Valencia y sacar dólares en esa zona era, suponía, buscarme un problema muy serio. Pero lo peor del caso era que para el contacto de Valdemar, yo era un contrabandista de oro, así que no hubiera sido nada raro que el tipo hubiera dado el pitazo a sus compinches para que me cayeran encima con la intención de despojarme del oro que ellos pudieran pensar estaba llevando de contrabando a Colombia.

Por si o por no, decidí caminar hacia el pueblito, donde había gente, porque el ranchito del contacto de Valdemar quedaba en la más absoluta soledad, a unos tres o cuatro kilómetros del caserío, más que pueblito, donde todo el mundo se conocía, pero los extraños no levantaban sospecha, pues era un corredor de malhechores que iban y venían de Venezuela y Colombia, en sus constantes fechorías… pensaba yo. Además de la consabida droga y, por supuesto: el oro, entre los commodities de la zona se encontraban las esmeraldas, vehículos robados en Venezuela que se vendían en Colombia… y ganaderos venezolanos secuestrados, que los malandros (miembros del hampa común) vendían a la guerrilla colombiana. Era un sector con un alto ajetreo comercial.

Llegando al caserío me topé con un jinete montado sobre un caballo de paso muy fino y decidí pararlo para conversar con él. Venía ataviado con su sombrero blanco colombiano y unos bellísimos zamarros, que es un sobre-pantalón que usan los chalanes (jinetes de caballos de paso) colombianos y que sobrepasan los talones del montador, como para demostrar que no se emplean espuelas. Era un tema que conocía a la perfección y a los caballistas colombianos, como a los caballistas venezolanos, nos encanta hablar de caballos.

En efecto, entablé conversación con aquel individuo que no tenía mal aspecto, por lo que pensé que se trataba de un propietario de finca. El caballo era excelente, con unas patas de resorte impresionantes… y así se lo hice saber a su dueño, lo que evidentemente le impresionó: “¡patas nacen, manos se hacen!”, me apresuré a decirle. Una expresión colombiana muy caballista, para asegurar que, si bien se podían mejorar las “manos” de los caballos (las delanteras), nada se podía hacer para componer las patas (las traseras).

Complacido por el piropo que le eché a su caballo (los caballistas a veces quieren más a sus ejemplares que a sus propios hijos), e impresionado por mis conocimientos sobre el caballo colombiano de paso fino, el jinete me dijo que tenía una parcela a un par de kilómetros y que si gustaba lo esperara allí, que él vendría a recogerme para llevarme al pueblito a echarnos unas cervezas. Decidí esperarlo, porque el hombre me dio buena espina. En efecto, al cabo de unos minutos lo vi llegar en una camioneta Range Rover con placas venezolanas, posiblemente robada en Venezuela, pensé yo.

El hombre me montó en su vehículo y nos bajamos en un timbiriche en el que había una cava llena de cervezas “Águila” y una rocola (tocadiscos de bares) desde donde salían los vallenatos más insoportables que jamás haya podido haber escuchado en mi vida… ¡y miren que he escuchado vallenatos!

Mi nuevo amigo intuyó que no era contrabandista ni bandido, al menos no del tipo de los que por allí pasaban. Aprovechando su intuición, decidí ayudarlo un poco y le conté una historia de amor y dolor, explicándole las razones por las cuales me escapaba de Venezuela, huyéndole a un socio con quien había tenido un “mal entendido”, llegando el asunto a mayores, dándole entender que había tenido que “modificarle la salud”. Algo cotidiano, honorable y justo por esas regiones salvajes.

Mi cuento lo emocionó y abrimos otra tanda de cervezas. Traté de indagar sobre el contacto de Valdemar, quien me había abandonado en su ranchito, pero aseguró no conocerlo. Aprovechando la charla sobre caballos, ferias, y caballistas famosos, aterricé en el tema de la mafia colombiana, un tópico que es del agrado de ese tipo de gente que vive al filo de la navaja, como suponía que era el caso de mi nuevo amigo. Le dije que le había comprado un caballo a Don Fabio Ochoa, lo cual era cierto, hijo de “Don Danilo”, mi caballo (“Gran Cacique”), convertido en Gran Campeón Fuera de Concurso en Venezuela, lo cual – también – era cierto.

Don Fabio Ochoa era el padre de los hermanos Ochoa, famosos capos narcotraficantes colombianos, del extinto “Cartel de Medellín”, héroes de muchos individuos como suponía era mi nuevo amigo y el hombre (Don Fabio) que más sabía de caballos en Colombia. “Don Danilo” era uno de los caballos más famosos del hermano país, ya muerto, un verdadero héroe nacional, orgullo de los colombianos amantes de los caballos de paso. El hombre se me abrió muchísimo más… y me brindó otra ronda de cervezas: “cuénteme, pues, ¿cómo le pareció Don Fabio?” Ahí le empecé a inventar. El amigo ya estaba más de acá que de allá. Si yo hubiera sido mujer, me hubiera propuesto matrimonio.

Cuando el amigo estaba a punto de tomarse una cerveza de más, decidí jugarme el todo-por-el-todo y le dije: “Chico, te voy a ser franco… y te lo digo, porque me mereces toda la confianza del mundo y, porque, además, entre caballistas no nos pisamos la manguera”, le dije en una voz baja y conspirativa, asegurándome de que nadie me escuchara. “Cargo encima unos pocos dólares y ni un solo peso colombiano. ¿Habría manera que me pudieras cambiar, digamos, unos cien dólares, para poder llegar a Bogotá?”. Todos los billetes que llevaba eran de a cien.

“¡Cómo no, faltaba más… patrón!”, me respondió el amigo, con un fuerte acento colombiano de la serranía. “Fulano, hágame usted el favor de cambiarle al don cien dólares en pesos colombianos”, le gritó a uno de los que llevaban horas chupando cervezas en aquel timbiriche de mala muerte. El hombre se levantó con mucho desgano del taburete en el que estaba penosamente sentado, metió la mano en una alforja que llevaba colgando del hombro y sacó un impresionante fajo de billetes, donde se mezclaban dólares, pesos colombianos y bolívares venezolanos. ¡Toda una casa de cambio ambulante, en medio de la selva colombiana!

El amigo hizo todavía más. Se levantó y me dijo: “venga, mi don, que lo llevo al punto donde podrá tomar un bus.” Los colombianos son muy formales y respetuosos en cuanto al trato, sobre todo los de la sierra, lo cual no quiere decir que, al menos en esa zona de pillos, a la primera de cambio le empujen a uno una soberana puñalada, para quitarle el sombrero a la víctima.

Transitamos un par de horas por un camino difícil de recorrer para un conductor sobrio, pero, afortunadamente, llegamos – por instrumentos – al lugar donde tomaría un autobús rumbo al sur, bordeando la frontera oeste con Venezuela. Una zona infectada por la guerrilla del ELN colombiano. Ya para entonces no sabía dónde llevaba los pesos y dónde llevaba los dólares.

Llegamos a la parada final del bus colombiano y me aconsejaron que no siguiera bajando en línea recta, porque me podría encontrar con una alcabala guerrillera de esas que llaman “pesca milagrosa”. Así que me vi forzado a culebrear hacia el oeste del territorio semi-selvático colombiano, dar más vueltas que un trompo, para terminar en la famosa alcabala de Pamplona, donde a los venezolanos les piden sus pasaportes.

La tarde en que me vino a buscar el hermano de Patricia para llevarme a la estación de radio, le pedí a un vecino que me guardara mi pasaporte y mi rifle semi-automático en su casa. Cuando el hombre vio el rifle se le cayeron las medias y se negó a guardar ambas cosas. Faltó poco para que me sacara de su casa a empujones. Dejé mi carabina semiautomática en el baúl de mi carro y me eché el pasaporte encima. Tenía el temor de caer detenido y que me retuvieran el pasaporte, lo que me hubiera imposibilitado entrar a un tercer país.

Gracias a la cobardía de mi amigo, pude tener encima el pasaporte en todo momento, el mismo que le presentaría a las autoridades aduanales de Pamplona. Valdemar me había advertido que los venezolanos no necesitábamos pasaporte para entrar y transitar por ciertos pueblos fronterizos como sabía sucedía en Cúcuta, en el mismo departamento (estado o provincia) del Norte de Santander, pero que en ciertos puntos, en la medida en que me internara en Colombia hacia Bogotá, me pedirían los documentos, legalizando así la entrada, lo que tendría que hacer si era mi plan salir, legalmente, por el aeropuerto de la capital, rumbo a Estados Unidos.

Cuando el funcionario colombiano revisó mi pasaporte, notó que no tenía sello de salida de Venezuela, lo que significaba que había salido de mi país en situación irregular. “No hay problema”, me dijo: “váyase al señor gordo que usted ve allá, el que tiene el sombrero blanco y dígale que usted necesita que le estampen un sello de salida de Venezuela”.

Efectivamente, el gordo del sombrero agarró mi pasaporte, me dijo que me esperara ahí mismito, que ya regresaba… y que serían doscientos dólares. Le insistí que solamente tenía cien y otro tanto en pesos colombianos, que ya ni sabía cuántos eran.

El hombre extendió la mano y le di el bojotero de billetes, colombianos y un billete de cien dólares… junto con mi pasaporte. Sentí que con mis documentos le estaba entregando mi vida… o, en el mejor de los casos, mi libertad.

Pero como los bandidos son personas de honor, algunos… al menos, el gordo regresó ahí mismito con un sello estampado en una de las hojas de mi pasaporte. Cuando lo vi, noté que el sello falso que me habían estampado los colombianos mafiosos, era mejor que los otros, legales, estampados por las autoridades venezolanas, en las infinidades de veces que salí del país. Eso me causo gracia.

Di media vuelta y me dirigí al funcionario que me había recomendado al gordo de sombrero blanco y ni revisó el sello de “salida” de Venezuela. Con la misma abrió una hoja y estampó el sello de entrada “legal” a Colombia. ¡Estaba ya en el exilio!

Me he reservado algunos datos de la trayectoria de mi viaje entre el pueblo de Capacho (en Venezuela) y la ciudad capital de Bogotá (en Colombia), para proteger la seguridad de aquellos que me ayudaron sin pedir nada a cambio y para despistar al régimen en cuanto a la ruta exacta que tomé en mi fuga de Venezuela, para que otros hermanos puedan utilizarla en un futuro no muy lejano.

El viaje de Pamplona a Bogotá transcurrió sin mayores tormentos y disfruté de las inmensas bellezas del hermano país, recorriendo los majestuosos e imponentes Andes colombianos. Llegué a Bogotá, una de mis ciudades favoritas, donde lo primero que hice fue entrar en un restaurante y ordenar un ajiaco bogotano, con guascas (Galinsoga parviflora) y todo… repleto de papitas criollas, sabaneras y tocarreñas, con abundante pollo, crema de leche, aguacate, mazorcas de maíz y alcaparras. Había llegado al cielo… ¡pero me esperaba el infierno!

Luego de instalarme en un hotel cercano al aeropuerto de Bogotá y de ducharme, por primera vez en muchas semanas, en una ducha con agua caliente, me dispuse a dormir hasta que me despertara por mi cuenta, no sin antes hacer un balance de mis finanzas y de esconder, debajo del colchón, los dólares que me quedaban.

En el mismo hotel compré el pasaje, ida y vuelta, a Miami. Me monté en un avión de Avianca y el 24 de abril del año 2004, puse pie (seco) en tierras de libertad. ¡Había llegado a los Estados Unidos de América! Esta vez como exiliado, no como turista, algo que de inmediato aprendería a diferenciar. Muy pronto, del cielo colombiano, el destino me enviaría al infierno norteamericano que me esperaba. ¡Me había demorado un mes y dieciocho días en llegar!

Llegué a Miami con lo que tenía en mis bolsillos, con menos de mil dólares, y me dirigí a la casa de un amigo venezolano en la “República Bolivariana del Doral”, como luego me enteraría que le llamaba el patriota Roger Vivas, diputado merideño que salió de Venezuela en condiciones muy similares a las mías.

Por cierto que los cubanos dicen que salir de Venezuela es muy sencillo, porque Venezuela no es una isla, como Cuba. ¡Sí Luis! Para llegar a las costas de La Florida, desde la isla de Cuba, hay que sortear tiburones y el Estrecho de La Florida… soportar la sed y el sol. En la travesía hacia Colombia, por los “caminos verdes”, uno no sabe qué se va a encontrar. Cuando los forajidos de la hermana república se den cuenta de que es por ahí por donde pasarán los venezolanos que huyen del régimen, se afilarán sus dientes, todavía más, lo que nos obligará a hacer un curso de chino gótico, para poder evadir los miles de peligros que se encontrarán en él.

Las “rutas de escape” por la selva son pocas. Si uno no está “dateado” y no cuenta con un guía (lo que en Cuba le llaman “práctico”), en quien poder confiar más allá de toda duda, se las verá negras. No es lo mismo transitar por esos caminos en calidad de bandido que en calidad de ciudadano probo buscando el oxigeno de la libertad, con el cartel de “ingenuo” pegado en la frente. Muchos, me consta, han intentado la evasión por Colombia y se han tenido que regresar a “tierra firme”… y eso que todavía “la cosa” no se ha puesto color de hormiga en Venezuela.

Me instalé por mi cuenta y en soledad, en una urbanización que quedaba en el corazón de la “ciudad” de Doral, para enterarme que uno de mis vecinos era uno que fue jefe de la Guardia Nacional de Chávez, aquel mismo que les había echado gas lacrimógeno (del “superbueno”) a los vecinos de Prados del Este, cuando fueron a protestar frente a su vivienda en aquel sector del sureste de Caracas, meses atrás. Si ahora no recuerdo mal, creo que tenía el apellido Gutiérrez, un gordo rechoncho y retaco, que me recordaba a un vendedor de fritangas que había en la Plaza Bolívar de Tucupita.

Hice muy pocos contactos, porque cuando uno llega al exilio con la mentalidad y la psicosis del perseguido político, adquiere un “complejo de topo” impresionante. En cada esquina uno ve al enemigo que lo va a secuestrar para montarlo en un avión, como en las películas, y llevarlo a las prisiones del régimen, donde – lo más probable - es que se nos pudran hasta los huesos esperando que nos liberen… algún día.

Ya mi familia sabía de mi existencia y de mi buena salud física, pero había hecho muy poco contacto físico con mi mujer y mis hijos, suponiendo que ellos podrían estar vigilados para detectar mis movimientos. La paranoia era tal, que evitaba el uso del teléfono, pensando que podría estar intervenido.

Un abogado amigo en Miami me había advertido de la posibilidad de una deportación, que no es lo mismo que una extradición. Para la deportación no había mayores trámites… ni derecho a mucho pataleo. Las autoridades de Inmigración llegaban, le daban a uno unos cuantos palos, lo montaban en un avión y aterrizaba en Venezuela en menos de que pudiera abrir los ojos. El perseguido político, lo entendería por experiencia propia y por la de otros que después iban llegando, comenzaba a sufrir de una aguda y crónica paranoia: un impresionante complejo de persecución.

Mantuve un bajo perfil, saliendo tímidamente por las noches, hasta que llegó el 9 de mayo de ese mismo año (2004), Día de Las Madres. Cuando llamé a mi mamá para felicitarla, temprano en la mañana, me preguntó: “¿Estás viendo la televisión venezolana?, tu finca está llena de soldados y el Ministro de la Defensa, Jorge Luís García Carneiro (el ex vendedor de yuca y ñame en el famoso “Plan Bolívar 2000”), está declarando desde la terraza de la piscina.”

Sintonicé Globovisión y me enteré de cómo el régimen había “capturado” un “contingente” de “paramilitares”, supuestamente colombianos, algunos de los cuales aparecían encapuchados dando declaraciones desde nuestra finca, La Finca Daktari. Luego me enteraría que aquellos colombianos eran paramilitares que yo “había contratado” para llevar a cabo un golpe de estado en Venezuela, previo a pasar por las armas al presidente Hugo Chávez, quien sería cremado (vivo) en los hornos del Cementerio del Este, en Caracas.

Me metí en la Internet y ya había montañas de información acerca del evento. Al pasar los días me enteré de mi plan por boca del director de la DISIP, el Comisario General Miguel Rodríguez Torres y por boca propia de Hugo Chávez.

Según Rodríguez Torres, Robert Alonso había reclutado en el vecino país un contingente de paramilitares (guerrilleros de la derecha colombiana) para secuestrar unos aviones F16 y bombardear Miraflores y Fuerte Tiuna, el mayor cuartel militar de Venezuela, clavado en el corazón de Caracas.

Los “paramilitares”, quienes llevaban más de 45 días de entrenamiento en nuestra finca, ayudarían a secuestrar los aviones y a tomar un cuartel de la Guardia Nacional, cercano a nuestra propiedad, para hacerse de las armas y con ellas darle apoyo a la intentona militar.

Dos días después recibí un telefonema de mi familia en Venezuela donde se me preguntaba si me estaba quedando en la casa número tal, calle más cual, de la avenida tal, de la urbanización más cual (en el Doral), cuyo “zip code” (código postal) era tal. Esa dirección, con los más mínimos detalles, donde – en efecto – estaba “enconchado” (escondido) en Miami, había sido publicada por “La Bicha” en el diario Últimas Noticias, donde trabajaba como reportera.

Se suponía que Berenice Gómez, (quien responde al remoquete de “La Bicha”), era (y es) una periodista de la oposición venezolana, aunque por su chabacanería pareciera, más bien, una vocero del “oficialismo”. Últimas Noticias estaba (y está) al total servicio del régimen.

Esa misma noche me cayó en mi “concha” (escondite), una reportera de Radio Caracol de Colombia, llamada Vilma Tarazona, con el equipo de grabación y camarógrafo listo para hacerme una entrevista para la televisión colombiana. De algún modo había logrado burlar la estricta seguridad de la urbanización donde estaba ubicada la vivienda en la cual me encontraba.

Luego de un duro intercambio de palabras, arranqué en la compañía de un amigo venezolano, casado con una cubana, hacia un lugar desconocido dentro de la ciudad de Miami, dejando atrás toda mi pertenencia.

Al día siguiente me comuniqué por teléfono con mi abogado, el ex Fiscal General de La Florida en épocas de Bill Clinton, Kendal Coffey, quien me recomendó que me fuera al lugar más alejado posible de Miami. Tenía que ser DE INMEDIATO, porque si las autoridades federales de Estados Unidos expedían una orden de captura en mi contra, estaría cometiendo un delito federal si cruzaba la frontera de un estado a otro, dentro del territorio norteamericano.

Llamé a mi mujer y le dije que se preparara, que partíamos para el estado de Washington, al extremo noroeste del país, frontera con Canadá… y que le explicaría luego.

Había llegado al Dr. Coffey por recomendación de un abogado cubano-americano, Carlos Loumiet, quien era socio del bufete “Hunton & Williams”, una de las más importantes firmas legales de Estados Unidos. Según él mi asunto ameritaba un abogado del calibre de Coffey, quien tenía fuertes conexiones políticas, porque, me dijo: “tú caso es político y los problemas políticos se resuelven con política.”

Había vivido en el estado de Washington durante mis años de adolescente. Allá tenía a la familia Losh, mi “familia americana”. Mark Losh, mi “hermano americano”, con quien viví siete años de mi vida, me envió un cable con dinero suficiente para que todos pudiésemos tomar el avión que nos llevaría a la bellísima ciudad de Seattle.

Mis “padres americanos”, Norman y Beverly Losh, vivían en un diminuto pueblito llamado Onalaska, relativamente cercano a Seattle y para allá nos fuimos todos. Un día salí a recorrer ese caserío, matando la angustia y el aburrimiento y llegué a la única gasolinera del pueblo donde agarré un periódico de distribución gratuita en cuya primera plana, a ocho columnas, se reportaba la muerte de un burro que había sido atacado por unos perros. Aparecía la foto del burro muerto, ya hinchado por los días.

Se me ocurrió comentarle al dueño de la gasolinera lo feliz que debía ser Onalaska, tomando en consideración que la noticia más destacada de aquella semana (el periodiquito, de tres páginas, era un semanario), había sido la muerte de un burro. Le dije que en mi país, los titulares hablaban de cuantos cientos de seres humanos habían muerto de la mano del hampa durante una determinada semana y me preguntó qué país era ese. Cuando le respondí que se trataba de Venezuela, me preguntó que dónde quedaba “eso”: “más abajo del río Mississippi, bajando, a mano izquierda”, le respondí con un fuerte toque de ironía.

En el estado de Washington la pasamos muy duro. Si la inmigración norteamericana me comenzaba a buscar, pues el régimen había dicho que solicitaría mi extradición bajo los cargos de “intento de magnicidio”, mi “familia americana” se vería seriamente involucrada por alojar a un prófugo de la justicia. Esto no era Venezuela. Aquí el que la hace, en la mayoría de los casos, la paga. Así que decidimos mudarnos a donde nadie supiera nuestro paradero.

Un gran amigo norteamericano, que había estudiado conmigo en el colegio de Deer Park, al extremo este del estado de Washington, me consiguió un granero en el cual quedarnos y para allá nos fuimos. Estaba a un par de horas de la frontera con Canadá y conocía muy bien aquellos “caminos verdes” que me pudieran ayudar a evadir la captura.

Mientras tanto, el bufete Hunton & Williams, asesorados por el Dr. Coffey, había hecho contacto con “Homeland Security” y, eventualmente, mi caso llegó a Washington, a las más altas esferas del poder político de Estados Unidos.

El plan político era el siguiente. Había que aprovechar el escándalo en Miami para conseguir el apoyo de los votantes cubano-americanos del sur de La Florida. Ese mismo año serían las elecciones donde George W. Bush buscaría su re-elección como presidente de Estados Unidos y Miami era un importante bastión para el partido republicano y de vital importancia para el triunfo de Bush.

Conseguí fondos para poder viajar a Miami y me aparecí en un popular programa de televisión conducido por María Elvira Salazar, una conocida periodista de padres cubanos, nacida en Estados Unidos. Un programa que lo veían todos los cubanos de Miami.

En ese programa conté mi historia… o parte de ella. Aproveché, además, para despedirme porque – según el libreto – esa misma noche partiría para España. Tenía que hacerle ver al régimen de Chávez que me había fugado de Estados Unidos y así confundir, también, a las autoridades de Inmigración de este país, en caso de que se emitiera una orden oficial de captura, la cual jamás se llegó a dar.

El régimen cayó en la trampa. Al día siguiente, el 27 de julio de 2004, salió publicado en la prensa un artículo que titulaba: “Líder Terrorista de la Oposición, Robert Alonso, se Fuga a España”. Los periodistas esbirros de Chávez reprodujeron el artículo, para la posteridad, en el famoso portal cibernético, Aporrea.com. La nota puede leerse en la siguiente dirección de la Internet:

http://www.aporrea.org/actualidad/n18784.html

Parte del texto dice: “Robert Alonso Bustillo está preparando su viaje a España a fin de ponerse a salvo ante cualquier gestión de extradición por parte del Gobierno de Venezuela.”

“Como España no tiene tratado de extradición con Venezuela, Alonso ha sido aconsejado por los servicios de inteligencia de Estados Unidos de ya que su nombre está muy cuestionado, por su origen cubano, entre la colonia de los conspiradores antichavistas.”

En realidad, Robert Alonso se estaba escondiendo, junto a su familia, de los “servicios de inteligencia de Estados Unidos”. Así funciona la desinformación de estos regímenes castro-estalinistas… y la gente termina creyéndole. Sin embargo, no era la primera vez que hacía uso de los pendejos chavistas para despistar al régimen. En varias oportunidades empleé, indirectamente, a un perfecto imbécil que firma con el seudónimo de “Moreto Pérez”, para enviar falsas pistas a los servicios de información de Chávez. Todavía hoy, ese anormal, publica, en su portal “Vencedor en Boyacá”, los veinte mil artículos que envío en la red. De vez en cuando me sirve de “puente” para llevar a cabo mis propósitos de desinformación.

Saliendo del programa de María Elvira Salazar, agarré un carro que me llevó a Tampa, en el estado de La Florida y de ahí, al siguiente día, de regreso al estado de Washington… y todo el mundo buscándome en la Madre Patria, incluso en casa de mi familia asturiana por parte de padre, que vive en una aldea cercana a la ciudad de Oviedo.

A mi regreso al noroeste de Estados Unidos, Carlos Loumiet me informó, vía telefónica, que, luego de varios días de conversaciones al más alto nivel, el intento de conseguir el apoyo de Washington (D.C.) no había tenido éxito alguno y que las autoridades le aseguraron a su bufete que de solicitar Chávez mi extradición, me entregarían al régimen castro-estalinista venezolano.

Rómulo Betancourt dijo una vez, refiriéndose a las relaciones con los gobiernos norteamericanos, que eran como dormir al lado de un elefante amigo, el cual – en cualquier momento en el medio de la noche – podría voltearse, sin querer, y aplastarnos.

Tras la traición del gobierno norteamericano de Bahía de Cochinos, en abril de 1961, le preguntaron al entonces líder del exilio cubano en Miami, Tony de Varona, si pensaba que los “americanos” eran buenos. De Varona respondió: “los americanos no son ni malos ni buenos… son americanos.”

Al pasar los años me di cuenta, entre otras cosas, por qué Bush no me había dado el apoyo requerido por mis poderosos e influyentes abogados: ¡era socio comercial de Chávez!

El destino influyó, una vez más, para que salvara mi pellejo. El activista cubano-venezolano-norteamericano, Luís Posada Carriles, había sido capturado por Inmigración, por entrar ilegalmente en este país, en el verano de 2004, mientras me encontraba escondido en el estado de Washington, pensando qué sería de mi vida y de la vida de mi familia inmediata: mi mujer, Siomi y mis dos hijos pequeños, Alejandro y Eduardo. El futuro, más que verlo negro: ¡no lo veíamos!

Ya no teníamos un solo centavo y estábamos viviendo de la caridad de mi “familia americana”, a quien ni en un millón de vidas podría agradecer todo lo que hizo por mí y por mi familia y de personas a quienes apenas conocía. En Miami logramos conseguir el apoyo financiero de unos cuantos cubanos que sabían de mí por la prensa. Entre el dinero que me pudo dar mi hermano americano Mark y lo que se consiguió en Miami, pudimos sostenernos, a duras penas, en el escondite del estado de Washington, donde no teníamos agua caliente, ni calefacción… ni televisión ni radio y vivíamos hacinados con los dos muchachos encima, quienes por las noches se despertaban dando gritos infrahumanos, pensando en la masacre que se había producido en la finca donde ambos nacieron, la Finca Daktari, del Sector La Mata de El Hatillo, cercana a Caracas.

Debo mencionar la extraordinaria ayuda moral y económica que nos proporcionó Pablo Alcázar Meruelos, un amigo de la infancia en Cuba, ex compañero de Los Maristas de Cienfuegos, a quien no veía desde hacía cuarenta años. Fue él quien abogó por mí ante algunos cubanos de Miami y, en los momentos más difíciles del principio de nuestro exilio, nos ayudó a mitigar las muchas necesidades que teníamos.

En una oportunidad, “Pablito” (como cariñosamente le decíamos en Cuba), me invitó para que asistiera a una cena para recolectar fondos para la campaña del senador cubano-norteamericano Mel Martínez, porque – según él pensaba – Mel me podría ayudar. La cena costaba $ 100, que mi amigo canceló por mí. Cuando le dije que no tenía ropa para acudir a tan importante evento de gala, me llevó al mejor sastre de Miami y me mandó a hacer, a la medida, una elegante guayabera cubana de hilo y de mangas largas que le costó $ 500, la cual he usado como mi “uniforme de lucha” desde entonces, cada vez que tengo que presentarme en público o ante las cámaras de televisión. Con ella di el discurso de cierre de campaña del Senador John McCain, en la Universidad de Miami, dos días antes de las elecciones presidenciales de noviembre de 2008, como podrán ver en el video, cuya dirección electrónica aparece al final de mi biografía (en inglés) en la enciclopedia Wikipedia:

http://en.wikipedia.org/wiki/Roberto_Alonso
Una noche, acostado sobre un sembradío de alfalfa junto a mi mujer, contemplando un cielo común para Estados Unidos y Venezuela, me pregunté cuántos venezolanos habían salido ese día a marchar con pitos, raca racas y echando serpentinas al aire, en valiente lucha en contra de uno de los regímenes más infrahumanos que ha conocido la humanidad: el castro-estalinismo. Todavía los estudiantes venezolanos no habían inventado la herramienta de lucha en la que se pintarían las palmas de sus manos de blanco, darían palmadas al tiempo que gritarían: “¡estudiantes… estudiantes!”

Luego de la captura de Posada, en la ciudad de Miami, un juez federal de Inmigración sentenció que ningún ciudadano podría ser deportado a Venezuela ni a Cuba, en cumplimiento con la “Convención Contra La Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos y Degradantes”, aprobada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1984, que entró en vigor el 27 de julio de 1987, de la cual Venezuela y Estados Unidos son firmantes.

En el numeral 1ro del Artículo 3ro de dicha convención se acuerda: “Ningún Estado Parte procederá a la expulsión, devolución o extradición de una persona a otro Estado cuando haya razones fundadas para creer que estaría en peligro de ser sometida a tortura.”

¿A tortura? Bastaba con ver cómo había el régimen, a través de la turba chavista bolivariana y soberana, convertido en polvo y escombros a la Finca Daktari, donde se produjo una verdadera masacre de seres humanos. No crean, no son pocos los que hoy todavía me escriben a mis buzones electrónicos, preguntándome qué carajo hago en Miami y por qué no regreso a Venezuela a dar la cara y a echarle bolas. Así de ingrata es la lucha en contra de los tiranos. Nada nuevo bajo el sol.

Si el régimen de Chávez me hubiera agarrado vivo, me hubiera rebanado en pedacitos. ¿Por qué no se interesaba en perseguir a tantos líderes estudiantiles y a tantos dirigentes de la “oposición” que trabajaban (por la vía electoral) para “destruir” el futuro político del “Máximo Líder”, si ellos también – supuestamente – estaban poniendo en peligro a “La Revolución Bonita Bolivariana” (sin mencionar a la “Revolución Verde Como Las Palmas Cubanas”) y, por ende, la vida misma de Chávez, quien una vez fuera del poder sería un hombre – físicamente – muerto? Habría que preguntárselo al propio Hugo Chávez. ¿Será que “La Guarimba” es así, tan poderosa y peligrosa y que persistir por la vía electoral para intentar liberar a Venezuela del castro-estalinismo lo único que logra es beneficiar al régimen?

El día en que Chávez así lo desee y le interese, en una sola aparición en televisión, en cadena (de costa a costa), podría hacer desaparecer del plano político a todos y cada uno de los que hoy le hacen el juego a través de la conchupancia… como hizo Castro con “el presidente” Manuel Urrutia en Cuba, al principito de la revolución. Nada más tiene que acusarlos de conchupantes para que todos ellos queden como “pajarito en grama”. Ese día podría llegar, más pronto de lo que muchos imaginamos, cuando Chávez se fastidie de todos ellos y ya no le hagan más falta. Además, no hay algo más despreciable que los traidores. Los usamos mientras cumplan una función a nuestro favor, pero a nadie se le desprecia más que a los traidores. Esos dirigentes de la oposición conchupante, no son más que traidores y el régimen los desprecia más que a sus verdaderos enemigos. ¡Ya verán!

Un buen amigo de la infancia en Venezuela, a quien llamaremos por el falso nombre de “Nelson Hernández Grillet”, se había graduado de economista en la Universidad de Harvard. Era un excelente “tecnócrata” y un hombre exageradamente honesto.

Al llegar Chávez al poder, se enamoró de él profundamente, como hizo la gran parte del pueblo cubano cuando Castro tomó el control en Cuba. Una vez me dijo: “Robert, te lo aseguro, Chávez es lo mejor que le ha podido pasar a Venezuela.”

Chávez lo nombró asesor económico y comenzó a despachar desde el Palacio de Miraflores, a unas puertas de la oficina de la presidencia de la república.

Un día Chávez lo llamó para que asistiera a una reunión donde se tocaría el tema económico. Tras una rebuznada de “nuestro” presidente, el amigo Nelson se dirigió a él, muy respetuosamente, para explicarle – como asesor y en términos científicos – por qué su apreciación estaba errada.

En eso Chávez se levantó de su silla, golpeó duramente la mesa con sus puños, se le abalanzó hacia sus narices y comenzó a humillarlo en frente de los demás asistentes. Le llamó hasta homosexual y le preguntó cuánto le habían pagado los yankees para pasarse de bando. Esa misma noche, Nelson agarró a su familia y se fue para el litoral central, a una hora de Caracas. Al otro día se montaron todos en un avión que aterrizó en Miami, donde hoy se encuentra “asilado”, con un complejo de topo impresionante, sin querer que le mencionen el nombre de aquel que, según él, era lo mejor que le había pasado a Venezuela.

Ya se sabía que a Chávez no había que contrariarlo y mucho menos en público. A mi amigo Nelson se le olvidó ese pequeñísimo detalle. Basta con observar el siguiente videoclip que incluí en mi portal político de la Internet, para corroborar lo que aquí he dicho… el pequeñísimo detalle que se le olvidó observar a mi querido amigo, Nelson Hernández Grillet:

http://www.mrr.name/VIDEO131.htm

Pero es que del garbo le viene al galgo ser rabilargo. Lo mismo había venido sucediendo con su mentor, Fidel Castro, en Cuba. Vean este doloroso y bochornoso video:
http://www.mrr.name/VIDEO76.htm

Para los que no tienen acceso a la Internet, en el primer video vemos a Chávez, en uno de sus programas semanales, “Aló Presidente”, asegurar que la especie humana tenía unos veinte siglos. Como no estaba muy seguro, le preguntó a un evidente profesor de historia (suponemos) quien le corrigió, muy tímidamente, que la raza humana tenía un poco más de “fundada”. Entonces Chávez le volvió a preguntar: “¿Un poco más? ¿Veinticinco o algo así?” a lo que el historiador respondió: “…sí, algo así.” Chávez y su profesor, dejaron fuera de la historia de la humanidad a los griegos, los “inventores” de la democracia y a las pirámides de Egipto, etc. ¡Chávez se había equivocado, nada menos que por 37.586 años!

En el segundo video vemos a Castro corregir al Ministro de educación de Cuba, Abel Prieto, cuando le explicó a la audiencia que cada billón (según la minoritaria corriente de algunos matemáticos franceses e italianos del Siglo XVII), representaba mil millones, en nuestra manera de contar churupos, es decir: cada billón sería un millardo, en nuestro moderno léxico venezolano.

Al menos Castro, cuando le dijo que dos billones eran dos millones de millones, no estaba del todo equivocado. Su error fue el no saber que “mil millones”, mal que bien, se entiende como “un millón de millones”. Un tema que, en todo caso, genera mucha confusión. Sin embargo, lo interesante aquí es cuando el Ministro de educación cubano le dijo: “dos millones de millones, correcto. Yo no voy a discutir las cifras con usted presente”, para luego rectificar INMEDIATAMENTE y asegurar: “… no, ¡ni con usted ausente tampoco… eso no tiene ninguna alternativa!”

Es decir que si al “Máximo Líder” se le hubiera ocurrido decir que dos más dos eran cinco, el Ministro de educación cubano no se lo hubiera rebatido, ni en su presencia, ni en su ausencia… porque lo que diga el tirano es la más verdadera y absoluta de todas las verdades.

En el video de arriba, Castro le acababa de decir, en cadena nacional de radio y televisión, que él, el Ministro de educación, en matemáticas no era muy fuerte.

Quien no resultó ser muy ducho en matemáticas es el “amigo” Chávez, el mesmo que aseguró, en cadena nacional y ante el mundo, que al multiplicar 7 x 8 nos da 52 y no 56, como siempre habíamos creído y nos habían enseñado de niño… ¡y que a alguien se le ocurra contrariarlo! Véanlo en este jocoso video:

http://www.youtube.com/watch?v=zagcKHmFoW4

Todo esto lleva a preguntarme, una vez más, ¿cuál será la magia o el poder que tienen “nuestros” líderes, que le “laten” (le ladran) en la cueva a Chávez, para que éste los tolere de la manera en que lo hace, cuando en Venezuela a nadie se le puede ocurrir contrariarlo en las más insignificantes nimiedades y cuando Chávez, como Castro, se ha cansado de advertir que “dentro de SU revolución: todo… y fuera de SU revolución: ¡nada!”? No lo sé. Eso es materia de un profundo estudio… ¿o será que esos ladridos no le afectan y, por el contrario, ayudan a mantener la farsa de la existencia de una verdadera oposición en Venezuela? Repito: ¡no lo sé!

Bien. Aquel juez federal de Inmigración, que sentó jurisprudencia en cuanto a que no se podía deportar a Venezuela ni a Cuba a un fugitivo político, porque Estados Unidos estaba más que seguro que en ambos países se aplica la tortura como método cotidiano y regular de presión y de tormento hacia el prisionero político, me salvó el pellejo. Recibí una llamada de mi abogado, quien me dijo que ya podía salir de la cueva, que me regresara a Miami a continuar con mis trámites para solicitar, en su debido momento, el ajuste de estatus legal, por haber nacido en Cuba, ya que en Estados Unidos, todo cubano que haya entrado legalmente a este país, tiene el derecho – por ley – de obtener la residencia permanente, la cual puede solicitar al año y un día de haber llegado a territorio norteamericano… y así lo hice.

Ahora, habría que preguntarse muchas cosas con respecto a los eventos de Daktari, donde el régimen encontró (según las declaraciones del Ministro García Carneiro), como únicas “armas”, una caja de cartón con varios “cachitos de jamón” (croissant, en francés o “cangrejitos”, como se les dice en Cuba), de ahí el apodo de “Paracachitos”, como fueron bautizados estos supuestos “paramilitares colombianos” por la opinión pública venezolana.

En primer lugar, ¿cómo pudo Robert Alonso reclutar un contingente paramilitar en Colombia, si en ese país no se mueve absolutamente nada sin que lo sepan los organismos de inteligencia colombianos y norteamericanos, las FARC, el ELN y la prensa en general? Según Chávez dijo más tarde, se trataba de una fuerza superior a los 3mil hombres.

En segundo lugar, ¿dónde se suponía que íbamos a artillar a esos aviones F16? A esos aviones de fabricación norteamericana no se les pueden colocar bombas en la gasolinera de la esquina. Se requiere de un personal especializado para llevar a cabo tan delicada y peligrosa operación, además: ¿qué pilotos volarían esos aviones? En Venezuela no debe haber muchos pilotos que puedan volar y operar un F-16’s. ¿Dónde habíamos adquirido las bombas, que según el régimen eran de 500 libras cada una, con un poder suficiente como para borrar de la faz de la tierra a todo lo que se encontrara en un radio de 1.7 km de su explosión?

A pesar de que en un principio Chávez acusó a su “socio”, George W. Bush, “Mr. Danger”, jamás rompió relaciones diplomáticas con Estados Unidos: ¿por qué? La única forma en que hubiéramos podido llevar a cabo tal operación bélica era con la colaboración necesaria del gobierno norteamericano… y con la permisividad del gobierno colombiano. ¡Nada! No rompió ni con Bush ni con Uribe: ¿por qué?

Luego, al pasar los años, en octubre de 2009, Chávez montó un show, nuevamente, con el cuento chino de los “paracachitos de Daktari”. En esa oportunidad publiqué un blog al respecto, el cual puede ser visitado en la siguiente dirección: http://elcomodindelainfamia.blogspot.com

¿Quién financió tal operación? Hay que verle el queso a artillar 5 aviones F16 con 12 bombas de 500 libras que llevaría cada avión en sus alas o en sus barrigas. Habría que llamar al Ministro de educación de Cuba, Abel Prieto, para que nos explicara, en términos sencillos y sin la presencia de Castro, a cuánto se elevarían esos “billones”.

Supongo que Chávez se estaba refiriendo a aquellas supuestas bombas de “500 libras” que Somoza lanzó en los barrios de El Edén, Costa Rica y Bello Horizonte, donde se dice que en 1979 murieron centenares de nicaragüenses… no lo sé, no me consta. Quién sabe quién fue el libretista de aquella novela escrita por los sandinistas.

Es, además, necesario preguntarse, cómo ni un solo periodista venezolano o internacional, no haya investigado el caso para poder medio-responder algunas de las interrogantes que planteo arriba.

A los pocos días de la “captura” de los colombianos en la Finca Daktari, Chávez convocó al Palacio de Miraflores a la sociedad diplomática acreditada en Venezuela. En un gran salón les mostró fotos y videos. Mostró videos tomados por VTV (su canal particular de televisión), donde se mostraban los cuerpos humanos que habían sido desenterrados en el jardín de nuestro hogar. Gritó y vociferó a su gusto.

Cuando el primer diplomático salió del salón fue entrevistado por un periodista de Globovisión, quien quería saber sus impresiones. El diplomático le hizo el siguiente comentario: “sí, en efecto, el Señor Presidente nos ha mostrado muchas fotos y algunos videos donde se ven individuos vestidos con ropa de campaña, cuerpos que habían estado enterrados y algunas cosas más, pero uno no tiene la manera de corroborar si esos eran colombianos o paramilitares, ni siquiera dónde fueron grabados algunos de los videos que allí nos mostraron… y así por el estilo.”

Chávez montó en cólera. El pueblo entero comenzó a decir que aquello era un montaje… un invento del régimen para victimizar, una vez más, al presidente y mantener viva la fábula de la invasión, del magnicidio, etc. Chávez llegó a decir que él merecía, en todo caso, un Oscar como libretista de aquella “obra”.

A mediados del mes de abril, había llegado a Venezuela Gloria Gaitán, la hija del finado líder político colombiano Jorge Eliécer Gaitán, quien al ser asesinado desató el “Bogotazo” en abril de 1948. La Sra. Gaitán se presentó en VTV con la historia de una invasión que Uribe estaba planeando para Venezuela, con la participación de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, a fin de deponer al régimen de Chávez y asesinarlo. Aseguró la Gloria que se habían contratado a varios centenares de “campesinos” colombianos para, una vez en Venezuela, participar en la asonada militar. Según este “aporte de inteligencia”, Gloria aseguraba que ya los “paramilitares” (campesinos convertidos en “paracos”) estaban, para la fecha de su denuncia, dentro del territorio nacional.

Gloria Gaitán, luego de haber denunciado – públicamente – el supuesto “Plan Uribe”, solicitó asilo político en Venezuela. Sus denuncias fueron recogidas por El Universal y por El Nacional. La Gaitán había descrito el mismo libreto que, tiempo después, le “leería” Chávez al país y al mundo entero.

Por cierto, el famosísimo novelista francés, Gerard de Villiers, creador del “James Bond francés” – “Malko Linge” – se inspiró en la “historia de Daktari” para escribir su novela titulada “Que la Bête Meure” (“Que la Bestia Muera”), ISBN 2-84267-897-7 (Ediciones Gerard de Villiers, 2006), siendo “la bestia”, Hugo Chávez, por supuesto, novela que se desarrolla enteramente en Venezuela y sobre los eventos de Daktari, de mayo de 2004.

En ella menciona la Finca Daktari y a su propietario (un norteamericano de origen cubano) y describe, con lujo de detalles, el interior de lo que fue nuestro hogar. En vez de colombianos, utilizó a los terroristas irlandeses, por ser éstos más famosos dentro de sus lectores franceses, supongo yo.

En dicha novela, el General Berlusco y sus amigos, traman deshacerse de “La Bestia” (de Hugo Chávez), haciendo explotar una furgoneta cargada de explosivo militar, cuando “La Bestia” regresaba en su caravana de visitar a una de sus amantes.

Malko Linge fue contratado por la C.I.A. para que bajo la falsa identidad de un periodista vienés, Das Kurier, visitara Venezuela y tratara de impedir el atentado, por temor a la “mala publicidad” que ese magnicidio provocaría en detrimento de la “buena imagen” del gobierno norteamericano.

En las páginas 22 y 23, menciona “La Guarimba”. En la 121, Villiers, quien estuvo físicamente en nuestra propiedad en Venezuela, comienza a describir la Finca Daktari, sus caballos, su construcción rústica, los trofeos que había obtenido con “Gran Cacique” en las diversas ferias del país, el piano bar, etc. En la 122 habla del propietario de la Finca Daktari, un cubano-norteamericano que nunca iba a Venezuela. Fue en la Finca Daktari donde se alojaron los terroristas irlandeses para preparar el complot y construir la furgoneta explosiva. En ella estaba alojado, por instrucciones de su dueño, el General Berlusco, sobre quien hace referencia en las páginas 129, 131, 148, 160, 210, 261 y 262. La historia de los “paracachitos de Daktari” dio para todo. La novela fue un éxito de ventas en Francia y en el Canadá francés, desde donde uno de mis lectores me envió un ejemplar. Por cierto que la versión de Villiers es muchísimo más creíble y factible que la de Chávez, quien además de mal matemático, es un pésimo libretista.

Para obtener información (en inglés) del autor, pueden dirigirse a la siguiente dirección de la Internet:

http://en.wikipedia.org/wiki/G%C3%A9rard_de_Villiers

Otros "inspirados" fueron los productores de Japan TV, quien envió un equipo de producción a Miami para entrevistarme en torno a los eventos de Daktari, solo que éstos muérganos "chinos" produjeron un documental que titularon "UNA REVOLUCIÓN EN PELIGRO" y según ellos, uno de los peligros era Robert Alonso, quien junto a Félix Rodríguez (un oficial de la C.I.A., de origen cubano y responsable por la captura y ejecución del Che Guevara), fueron los que prepararon el plan de magnicidio en contra del mono.

El documental, en japonés, lo pueden ver en la siguiente dirección:

http://www.youtube.com/watch?v=RwHx5iXowIY

Versiones iban y venían. Todos los días leía una versión nueva de los “hechos”, algunas más agarrada por los pelos que otras.

Por ejemplo, luego de que denuncié en mi publicación, la “Revista Venezuela”, la conchupancia entre Alexis Ortiz y el régimen de Chávez, por la vía de Teodoro Petkoff, éste salió con una nueva versión sobre los acontecimientos de Daktari. Según su versión, Hugo Chávez me había pagado 7millones de dólares para que me prestara a la farsa. Esa versión, incluso, fue publicada en Noticiero Digital por un personaje que aquí he mencionado, de apellido Guanipa, quien asegura ser un perseguido del régimen venezolano, además de alegar ser periodista. El tal Guanipa ha dicho ser concuñado del diputado de “Podemos”, Juan José Molina… y el responsable por haberlo traído a la reunión con el “exilio” venezolano en Miami, la cual se celebró – como ya he relatado – en la vivienda de Patricia Poleo en Miami Beach.

A raíz de la publicación de este libro en la red, el blog donde fue publicado – http://comoseperdiovenezuela.blogspot.com – comenzó a recibir montones de “hits” (de visitas), llegando a sumar más de un millón. La versión virtual del libro fue publicitada en mi red de lectores, muchos de los cuales comenzaron a bajar – de manera gratuita – este libro. Al mismo tiempo La Guarimba comenzó a tener un segundo aire en Venezuela, luego del fracaso de la dirigencia “opositora” en el último “referéndum” del 15 de febrero pasado (2009). De buenas a primeras, extrañamente, el caso de los “paracachitos” se puso, nuevamente, de moda… ¡luego de cinco años!

El 26 de mayo de este año (2009), el General de Brigada, Marcos Ferreira, ex director de la ONIDEX, le declaró a la periodista cubano-americana, Ninoska Pérez Castellón – de GENTV – su versión sobre los “hechos de Daktari”. Es importante recordar que mientras este general estaba al servicio del régimen, recibiendo órdenes del propio ministro del interior, Ramón Rodríguez Chacín (según aceptó en su entrevista con la Pérez Castellón), para, sabrá-Dios-entre-cuántas-cosas-más, darles entrada al país a personajes indeseables relacionados con las FARC, Robert Alonso tenía más de un año promoviendo La Guarimba desde la propia Venezuela.

Según el General Ferreira, los “paracachitos” fueron todos secuestrados en Colombia por un narcotraficante colombiano que jugaba para los dos bandos, para las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia) y para la guerrilla de las FARC y, de paso, colaboraba con el régimen de Hugo Chávez. El objetivo, según el General Ferreira, era perjudicar a la oposición… es decir: a la “Coordinadora Democrática”, que era la “oposición” de entonces.

El General Ferreira, luego de CINCO AÑOS del evento, decidió salir a la luz pública, desde su exilio en Miami, con su extraña versión de los hechos. De manera, quizás, coincidencial, por la misma fecha en que al General Ferreira se le ocurrió “destapar” el caso de los “paracachitos”, el diario El Mundo de España, salió con otra versión, un tanto similar a la de Ferreira, pero sin el “factor secuestro” y dejando fuera al “narcotraficante” de la “versión Ferreira”. El móvil del régimen, según el artículo de El Mundo, era perjudicar a la “oposición” y a los militares opuestos a Hugo Chávez.

¿Cuál “oposición” era la que Chávez quería perjudicar con su show? Los únicos OPOSITORES que salieron perjudicados, de verdad-verdad, fuimos el ex diputado Rafael Marín (quien había sido Secretario General de Acción Democrática), Orlando Urdaneta y mi persona, además de uno que otro civil a quienes involucraron en los hechos, entre ellos – el más sonado – Gustavo Zingg Machado, a quien acusaron de haber sido el representante de los financistas de la “operación”. Todos fuimos forzados al exilio, en donde hoy nos encontramos con nuestras familias.

A Rafael Marín, luego de salir de la Asamblea Nacional, le hicieron un atentado que por poco le cuesta la vida. Le perforaron el cráneo con una viga “doble T”. Estuvo al borde de la muerte. Tras su recuperación salió al exilio en España, para luego – no sabemos cómo – regresar a Venezuela y fundar un partido político. ¿Cómo hizo para obtener el “perdón” del régimen? ¡No lo sabemos!

Ningún “coordinador” fue afectado por los “eventos de Daktari”, todo lo contario. Hacía poco más de un mes que esos “coordinadores” (los “opositores” que supuestamente saldrían perjudicados por el montaje de Chávez) le habían salvado la vida al régimen, cuando desmontaron La Guarimba de febrero-marzo de 2004. ¿A cuáles “opositores” pretendía Chávez perjudicar con su show?

Es más, a mí se me relacionaba con el llamado “Bloque Democrático”, un grupo con tendencias radicales, opuesto – valiente y verdaderamente – al régimen de Chávez. ¡Ninguno de sus miembros fue tocado! Alfredo García Deffendini, el Secretario General del “Bloque Democrático”, sigue en Venezuela, ahora al frente de otro movimiento, de corte similar, llamado el “Frente Patriótico”. Sería muy bueno que el General Ferreira, ahora que ha decidido “contarlo todo”, nos diga a cuáles opositores Chávez pretendía perjudicar con su show y, según él, quiénes salieron perjudicados.

Por otro lado, extraña mucho que el Sargento Técnico, José Rafael Rojas Eugenio, quien admitió haber comisionado a su subalterno, Julio Javier Jaimes Hernández (según el expediente y la propia sentencia), para que acompañara a los “paracachitos” en la travesía a través de gran parte del territorio nacional (atravesando cualquier cantidad de alcabalas móviles y fijas), haya implicado al General Ferreira en los hechos y ni Ferreira ni Rafael Rojas hayan salido con las tablas en sus respectivas cabezas: ¡no fueron, siquiera, indiciados!

En uno de las tantas entrevistas que Ferreira le dio a la prensa de la ciudad de Miami, comentó que había acudido al fiscal militar (del régimen), para “aclarar” el asunto de su supuesta relación con el tal sargento técnico. Es decir: acudió al régimen para que le solventara su supuesta irregularidad.

En la nueva versión que menciona el General Ferreira, se ha dejado fuera de esa historia, la “supuesta” relación entre él y el mencionado Sargento Técnico. Ferreira aseguró en su versión, que a la Finca Daktari iban personajes de mucho dinero, a quienes (según él) les mostraban los “paracachitos”, como si fuesen ganado, con el fin de recolectar dinero para mantener viva la “operación”. ¿Dónde están esos personajes que visitaron la finca a quienes se les pidió dinero?

Durante el juicio, los “paracachitos” hablaron hasta por los codos, pero jamás mencionaron esos supuestos “ricachones” que según Ferreira eran invitados a Daktari. Los supuestos jefes de los supuestos “paramilitares” colombianos, se cansaron de dar detalles, como parte del libreto… pero – hasta donde yo he podido leer en la Internet – jamás se habló de grupos de “ricachones” que pasaban por la finca para ver al “ganado”. ¿Los números de las placas (licencias) de sus vehículos? ¡Ninguna! En un principio se mencionó a Gustavo Cisneros como uno de los financistas principales. Al final no fue indiciado y todo el mundo sabe dónde está y que está haciendo (o qué no está haciendo) el presidente de la “Organización Diego Cisneros”. Así que debemos suponer que “ese” no fue uno de los financistas.

Así como al propio Hugo Chávez habría que preguntarle muchas cosas para que termine de cotejar su versión, al General Ferreira habría que preguntarle unas cuantas cosas. Por ejemplo, ya que se ha dado a la tarea de extender (aumentar y corregir) su versión cada vez que le ponen un micrófono por delante, que mencione algunos de los nombres de esos individuos quienes, según su versión, visitaron mi finca para ver el “ganado colombiano secuestrado”. El general comparte las versiones de muchos, en las que se aseguran que el régimen montó la “operación”. Hasta ahí estamos tabla. Sin embargo, ya que estamos todos de acuerdo que el gobierno montó la “operación”, los ejecutores – in situ (en la Finca Daktari) – que llevaron a esos “ricachones” a Daktari para “martillarlos” (para sacarles dinero), siendo parte del régimen, tienen que tener una lista de los nombres de todos aquellos que pasaron por la finca. Esos nombres serían de mucha utilidad; los dueños de esos nombres sabrían quiénes fueron los anfitriones. Así sabremos quiénes estaban detrás – dando la cara – de la “Operación Paracachitos”, en representación del régimen.

Según la fiscalía militar, el ÚNICO que – supuestamente – visitó la Finca Daktari, fue el General (retirado para entonces) Ovidio Poggioli y por eso fue condenado. ¿Quiénes más la visitaron? ¿Quién llevó a Poggioli a mi finca? Si Poggioli estuvo en mi finca, debió haber dicho quién lo llevó a ella.

En una de esas entrevistas que sobre el tema dio Ferreira, aseguró que fueron “unos empresarios”, ¿chavistas?, los que financiaron la “operación”. Nuevamente: no dio nombres. Mencionó los milagros, pero se abstuvo de mencionar a los santos. ¿Entonces? Bueno sería conocer los nombres de esos financistas, porque quienes hayan financiado esa “operación”, según la versión del General Ferreira, son cómplices del régimen.

Al final de este libro está mi buzón electrónico. Sería interesante recibir, de manera anónima, algunos nombres de los personajes – abstractos – que el General ha mencionado en su versión. ¿Quiénes invitaban a los “ricachones” a Daktari con el fin de sacarle dinero? ¿Quiénes fueron invitados a Daktari? ¿Quiénes fueron esos empresarios que financiaron la “operación”?

Ferreira menciona a individuos que aceptaron haber participado en reuniones conspirativas. Eso, según él, lo sacó de los expedientes. Qué extraño que ninguna de esas personas terminó siendo acusada por el régimen. Se mencionó a la familia Delfino, como la propietaria de una vivienda en el Country Club de Caracas (Quinta 1204, Calle Los Jardines, del Country Club, propiedad de un tal Lion Delfino), donde, supuestamente, se llevó a cabo una de esas reuniones conspirativas, de las cuales habla Ferreira en su versión, sin embargo, no se presentaron cargos en contra del propietario de ese inmueble, donde – supuestamente – asistieron muchas personas, mencionadas todas en el expediente, incluyendo al Capitán Javier Nieto Quintero, quien terminó aceptando su participación en la supuesta reunión conspirativa.

Ferreira asegura haberse basado en el expediente, el cual dice haber leído. Gran parte de ese expediente, así como la sentencia (que consta de más de tres mil folios), fue publicada abiertamente en la Internet. Por un lado Ferreira asegura que el evento fue un montaje del régimen y por el otro, toma como cierto lo que el régimen publicó en el expediente.

El otro móvil para el montaje, según Ferreira (y en eso coincide el reportaje de El Mundo), fue el “mover la mata” dentro de las Fuerzas Armadas. Al final, solamente cuatro oficiales salieron perjudicados: el General (retirado) Ovidio Poggioli (quien estaba “implicado”, supuestamente, en los eventos del 11 de abril de 2002), los coroneles Faría y el sobrino de ambos, también oficial de la Guarida Nacional… quienes, según la creencia del régimen, estaban implicados en los eventos de La Guarimba, del año 2004.

Al Coronel Jesús Faría Rodríguez lo acusaron de haber sido el jefe militar del movimiento. Junto a su hermano, el Coronel Darío Faría Rodríguez y a su sobrino, el Capitán Rafael Faría Villasmil, fue condenado por un tribunal militar. Más tarde los tres se fugaron de la prisión militar de Gramo Verde, en Caracas y hoy se encuentran en el exilio. Fuera de esos cuatro oficiales, no resultaron perjudicados más oficiales del estamento castrense, retirados o activos.

El General de Brigada, en condición de retiro, Ovidio Poggioli, como ya dije, fue acusado de haber visitado la finca. Al final fue sentenciado levemente y hoy se encuentra – tranquilamente – en Venezuela, limpio de polvo y paja. Los otros dos oficiales involucrados en un principio fueron el coronel Jesús Castro Yelles y el Capitán Javier Nieto Quintero. Ambos fueron absueltos.

El caso del Capitán Javier Nieto Quintero es sumamente interesante. Lo acusaron de haber participado en una o varias reuniones, supuestamente convocadas por el Coronel Jesús Faría. En al menos una de esas reuniones (donde aceptó haber participado el Capitán Nieto Quintero), supuestamente se trató el tema de la eliminación física de Hugo Chávez.

El Capitán Nieto Quintero fue acusado de haber participado en una conspiración y de no haber reportado “la novedad” a sus superiores inmediatos, un crimen del cual él se declaró culpable. Sin embargo, luego de más de un año en prisión, mientras se llevaba a cabo el juicio, fue absuelto y libre de todos los pecados que aseguró haber cometido. No solamente fue liberado bajo caso cerrado, sino que fue reincorporado a su cargo como capitán de la Guardia Nacional y enviado, con una nueva asignación, a la Isla de Margarita. Al cabo del tiempo pidió la baja de La Guardia, escribió un libro y de declaró “perseguido” por el régimen. Hoy vive asilado en Miami. Es de hacer notar que las declaraciones de este capitán fueron vitales para la condena de los coroneles Faría y de su sobrino, Rafael.

Al final del día (y del proceso), salimos perjudicados, de verdad-verdad, 7 personas: Rafael Marín, Gustavo Zingg Machado, Orlando Urdaneta, Ovidio Poggioli, Jesús Faría, Daniel Faría y Rafael Faría.

Según consta en autos, los supuestos “paracos” colombianos fueron trasladados a la Finca Daktari en autobuses desde la frontera y pudieron atravesar el país, porque estaban escoltados por un funcionario de la ONIDEX, con la supuesta misión de cedularlos para que votaran por Chávez en el Referéndum Revocatorio que se llevaría a cabo meses después, en agosto de ese mismo año (2004).

Los coroneles Faría y su sobrino, pudieron evadirse de la cárcel militar de “Gramo Verde”, en Caracas. Hoy se encuentran asilados en un país de Centro América. La totalidad de los “paracachitos” fue regresada a Colombia. Uno de ellos, según consta en la sentencia, alegó que había sido obligado por Robert Alonso, para que se pusiera el uniforme del ejército venezolano. Declaró, bajo juramento, que yo le había puesto una pistola en la cabeza y que lo había amenazado con volarle la tapa de los sesos si no se disfrazaba de soldado venezolano.

Como “eso” está en los expedientes (y en la sentencia), el General Ferreira lo da por cierto. Cuando él quiera le puede mostrar mi pasaporte, donde las autoridades de inmigración norteamericana sellaron mi entrada al país, la última de todas, el 24 de abril de 2004. Los “paracachitos” fueron disfrazados de soldados venezolanos – con uniformes nuevecitos de paquete – el domingo 9 de mayo de 2004, Día de Las Madres. ¿Por qué si el General Ferreira comparte las versiones generalizadas en cuanto a que todo fue un show del régimen, toma como cierto aquellos eventos que aparecen en los expedientes, escritos por el régimen, para cotejar los pedazos más convenientes de su versión? No lo sabemos. Sería muy bueno que nos lo explicara en alguna oportunidad, aquí mismo… en Miami.

Luego, con el pasar de los meses, apareció en el panorama el que – muy probablemente – haya sido el autor de todas estas nuevas versiones con su respectivas variables: un tal Rafael García, ex director de Informática del DAS colombiano, quien primero se trasladó a Venezuela, pidió asilo político y comenzó a informar la versión que más tarde haría suya el General Marcos Ferreira.

Lo cierto es que tras unos días, el ejército abandonó nuestra finca, donde no se tomaron muestras de evidencia alguna, para abrirla a la chusma, que la convirtió en polvo y escombros, algo que Castro no permitió que se hiciese con las propiedades de los “batistianos” y de la “burguesía”. La Finca Daktari pudo haberse empleado para alojar a cientos de niños de la calle, por ejemplo. Jamás nos dijeron si habían encontrado MONTAÑAS de excremento humano, producto de la necesaria evacuación de las tripas de más de un centenar de hombres que había vivido en nuestra propiedad, supuestamente, durante más de 45 días. No se presentaron pruebas de los pelos que fueron cortados, ya que los “paracachitos” mostraban un reciente corte de pelo a lo militar. Jamás se supo la identidad de los muertos que “encontraron” enterrados en el jardín de mi casa.

Unos supuestos colombianos que habían llegado, supuestamente, al país para cometer un genocidio y un magnicidio, fueron “perdonados” por Chávez y regresados a Colombia… como un acto de buena voluntad por parte del régimen.

Fin del capítulo… ¡y del tema!